Entre el temor y la confianza


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Nuestra motivación para dominar las situaciones y madurar parece comenzar en la cura. Sin embargo, conforme vamos creciendo, parece que también aumenta nuestro temor a fracasar o caer. Preferimos evitar los problemas que aprender a superarlos.

 

Creo que esta es una de las preguntas más importantes de la vida: ¿Por qué los problemas, los retos o las adversidades son energizantes, es decir, permiten actuar con energía, con vigor, estimulan a algunas personas, mientras que para otros son paralizantes?

 

Todos experimentamos el fracaso, el error, el temor, los sinsabores y a nadie le agrada. Pero para algunas personas esto se convierte en un tipo de espuela que los empuja al aprendizaje, a la fe y a la esperanza, a una perseverancia más profunda, a un compromiso más vigoroso o a tener una fe más segura en las promesas divinas. Para otros, el temor o el pesimismo produce derrota total, una sensación de desaliento, pérdida de la fe y la esperanza, deseo de esconderse y una resolución para no confiar en el Señor más nunca.

 

Para considerar estas tendencias, observemos ciertos tiempos en la vida de uno de los hombres más emblemáticos de la Escritura, el rey David, quien experimentó, por un periodo de tiempo, una cadena de sucesos victoriosos y también dolorosos.

 

La Sagradas Escrituras relatan que David fue ungido por Samuel como rey de Israel. Cuando era muchacho derrotó al más encarnizado enemigo de Israel, Goliat. El ejército lo amaba y la gente lo elogiaba como el más formidable vencedor. Dice la Escritura que, “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles”, 1 Samuel 21:11. David supo lo que era caminar sobre el “Valle de sombras de muerte”. Pero confió en Dios, y por un largo tiempo, todo se convirtió en victorias. Iba de triunfo en triunfo.

 

Luego ocurrió algo extraño, Saúl tuvo celos y David perdió su empleo. Por causa de él también perdió su seguridad. No serviría en el ejército de Saúl otra vez. Después perdió su hogar. Su empleo, confianza y familia terminaron en fracaso. Huyó de su hogar hacia Gat, pueblo natal del difunto gigante Goliat. Pero aquí, tratando de encontrar refugio, David huyó una vez más a la cueva de Adulam, donde “se juntaron con él todos los afligidos…y todos los que se hallaban en amargura de espíritu”, 1 Samuel 22: 1,2.

 

Aun cuando David tuvo riqueza, poder, fama, amigos y fue un verdadero adorador de Dios, ahora huía por su vida escondiéndose en una cueva; podemos pensar que se debería llamar “la cueva del temor”. Lo más difícil de esta experiencia es que uno puede preguntarse si es que Dios le había perdido la pista. ¿Olvidaría Dios sus promesas? ¿Recordaría dónde estaba David? ¿Saldría algún día de esa cueva? ¿Moriría allí?

 

Hay una cosa que debemos saber. La cueva del temor, como por ejemplo, el CORONAVIRUS, puede ser el momento en el que Dios hace su mejor obra al moldear y formar vidas humanas. Algunas veces, cuando las cosas nos son arrebatadas, como la salud, el alimento, las medicinas, el trabajo, la normalidad en el diario vivir, etc., es cuando nos damos cuenta de que solo Dios importa; descubrimos que Él es más que suficiente para sostenernos, consolarnos y fortalecernos.

 

Entonces aparece una de la grandes oraciones de la Escritura diciendo que David cobró ánimo y puso su confianza en el Señor su Dios. Esto es lo que leemos en el Salmo 142, que describe cuando David estaba en la cueva de Adulam. Es un Salmo aplicable para todos los que se refugian en la “cueva” del temor y la desesperanza. ¿Siente usted, mi hermano, que en este momento de crisis, a nadie le importa por lo que usted está pasando? ¿Siente temores y angustia? Cuando sienta que el temor o el mal lo acorrala, recuerde que solo Dios puede mantenerlo a salvo (Salmos 27, 46, 103, 121). No deje de leer y meditar el Salmo 142, hágalo con reflexión y aplicación a su propia vida.

 

En nuestros días, el temor, el desánimo y el desconcierto, a menudo trae consigo derrotas, fracasos, incredulidad. Vergüenza, no sólo de haber propiciado el fracaso, sino de ser un fracasado en la fe, en la perseverancia, en el entusiasmo y en la esperanza. Experimentar estos sentimientos es una de las condiciones más dolorosas que puede vivir un ser humano, sobre todo un cristiano.

 

Sin embargo, debemos contrastar el temor con la esperanza en Dios. Las experiencias duras de esta vida ofrecen una valiosa oportunidad para aprender a depender de Dios (Salmo 23). Dios hace algunas de las mejores obras de bondad y misericordia en los momentos más difíciles de nuestra vida.

 

Por lo tanto, debemos estar dispuestos a hacer preguntas valientes como estas: ¿Busco realizar los sueños correctos? Lo que busco realizar, ¿es consecuente con lo ordenado por Dios en su Palabra? ¿Estoy obrando en base a lo que se me pide de mí como hijo de Dios? ¿Qué tan dispuesto estoy a vivir las implicaciones de éstos versículos?. Los mismos dicen: “Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos”, Sofonías 3: 17. “Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; si espera a Jehová”, Salmo 27: 14.

 

En una sociedad como la nuestra, llena de depravación moral, oscuridad espiritual, idolatría, apego al dinero y a las cosas materiales, corrupción, tentaciones de toda naturaleza, etc., esos versículos nos dan palabras de aliento, “de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre.”, Hebreos 13: 6. Orar pidiendo la ayuda de Dios Padre, y buscando la comunión de aquellos que aman al Señor, serán de fortaleza en tiempos de necesidad espiritual.

 

“Ustedes no han pasado por ninguna tentación que otros no hayan tenido. Y pueden confiar en Dios, pues él no va a permitir que sufran más tentaciones (pruebas) de las que pueden soportar. Además, cuando vengan las tentaciones (pruebas), Dios mismo les mostrará cómo vencerlas, y así podrán resistir”, 1 Corintios 10: 13 (TLA).

 

Les recuerda y ama en el Señor

Pastor, Enrique Dámaso A.

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