Jesús dijo: “Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o qué beberán; ni por vuestro cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial los alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?”, Mateo 6: 25, 26.
La ansiedad indebida es un mal físico y espiritual muy común entre la humanidad. Algunos somos muy nerviosos, tímidos, inclinados a la duda y propensos al temor. Existe una infinidad de pesimistas, si bien algunos difícilmente reconocen que lo son. Para ellos el mal, la desgracia, la falta de fe, siempre los conduce al abismo. Todas las aves que ven son aves de mal agüero. O si el día es soleado y hermoso hoy, mañana y las semanas siguientes serán tormentosas.
Los creyentes redimidos por la sangre de Jesucristo deben evitar ser así, porque la Palabra de Dios es clara y obligante: “No se afanen por su vida.” La excesiva preocupación, la ansiedad desbordada, no consigue nada. Nos enferma. Nos debilita la confianza en Dios. Nos malhumorea. Nos enemista con todo el mundo.
Nuestro Señor enseñó que tal ansiedad o preocupación es inútil, enfermiza, inapropiada para un hijo de Dios, pero propia de los paganos, incrédulos o idólatras. Si no podemos descansar en Dios y confiar en sus promesas, ¿podemos hacer nosotros algo mejor que Él?
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien …” Romanos 8: 28.
Ciertamente, Dios hace que todas las circunstancias, no solo cosas aisladas como el coronavirus, redunden en nuestro beneficio emocional y espiritual. Esto no significa que todo lo que nos pasa es bueno y agradable físicamente hablando. Lo malo sigue existiendo en nuestro mundo caído, pero Dios siempre es capaz de convertir cualquier situación adversa a nuestro favor.
E.D.A