«Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás» Eclesiastés 11: 1
La vida cristiana presenta oportunidades que debemos aprovechar y no limitarnos a ir a lo seguro ni tampoco a enfocarnos en nuestras propias necesidades. Solo por el hecho de que los actuales momentos sean inciertos e inseguros para nuestro propio beneficio no quiere decir que no hagamos nada o no pensemos en el prójimo en general. Necesitamos cultivar un espíritu de generosidad, sacrificio, riesgos y servicio a los más desposeídos, enfermos y despreciados por una gran parte de la sociedad y de las autoridades civiles y religiosas.
La imagen descrita por Salomón parece estar sugerida por el hecho de que el mar devuelve a la playa objetos que habían permanecido en él. El sentido, pues, de la frase: «Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás» es que las buenas acciones siempre tienen recompensa. La idea sería entonces la del desprendimiento personal para auxiliar a todo aquel que esté pasando por un momento de tristeza, dolor, soledad, enfermedad, hambre, menosprecio, etc.
El Señor Jesucristo y el apóstol Pablo nos recuerdan los siguientes deberes y privilegios cristianos: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzaran misericordia» Mateo 5: 7. «Más bienaventurado es dar que recibir» Hechos 20: 35. «Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe» Gálatas 6: 10. «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» Efesios 2: 10.
No hemos de contar con que obtendremos un premio inmediato por todo el bien que hacemos; ni limitar nuestros esfuerzos a las personas susceptibles de darnos una recompensa por nuestros buenos esfuerzos. Hemos, sí, sembrar y mantener vivo el ejercicio de las buenas obras juntamente con la fe (Santiago 2: 14 – 24).
E.D.A.