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El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida; ¿quién podrá amedrentarme?
(Salmo 27:1, NVI)
En la vida tendremos múltiples ocasiones de enfrentar temor. El temor es una sensación muy conocida para toda persona, expresada en una amplitud de maneras, a tal punto, que le permite a cada individuo tener su propia definición de lo que significa el temor.
El temor puede generar acciones positivas y de protección, como cuando nos damos cuenta que se está haciendo tarde y no queremos estar en la calle por los peligros que puede representar la noche y nos vamos a nuestra casa. O cuando tememos que podamos salir mal en una presentación por no habernos preparado adecuadamente, y buscamos corregir esa falla.
Pero muchas veces, hay temores que nos paralizan. Con razón o sin ella. Un peligro real debemos enfrentarlo estando precavidos, conociendo el riesgo y la forma de evitarlo, o alejándonos de manera efectiva, para que no nos alcance. Los peligros imaginarios en ocasiones pueden ser mucho más paralizantes que un temor real.
Y la pregunta que nos hacemos es: ¿qué hacer cuando el temor aparece en nuestras vidas?…
David tuvo muchas ocasiones en las cuales sintió temor. Sufrió varios intentos de asesinato, vivió como forajido, le persiguieron ejércitos y luchó en muchas batallas. Su vida estaba en constante amenaza, pero él se sentía seguro porque había puesto su confianza en Jehová, aquel que es más poderoso que cualquier amenaza. Y esa confianza se vio respaldada de manera asombrosa:
Cuando los malvados avanzan contra mí para devorar mis carnes, cuando mis enemigos y adversarios me atacan, son ellos los que tropiezan y caen. Aun cuando un ejército me asedie, no temerá mi corazón; aun cuando una guerra estalle contra mí, yo mantendré la confianza (Salmo 27:2, 3, NVI).
Aunque la experiencia de David pudiese ser interpretada como muy lejana y particular, y que los problemas que enfrentamos hoy son imposibles de resolver; nosotros, hoy día, al igual que él en aquel entonces, contamos con el mismo Dios, su presencia y su ayuda, que nos permite vencer el miedo. Nada es imposible para el Señor. Como Él está con nosotros, podemos enfrentar ejércitos con confianza: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8: 31).
El anhelo de David en su soledad impuesta por la persecución era volver a Jerusalén y poder estar “en la casa de Jehová y contemplar su hermosura, y para poder inquirir en su templo”. Estar físicamente cerca del templo formaba parte de vivir permanentemente en la presencia de Dios. ¡Cuán gran regalo nos ha dado Jesucristo con Su sacrificio incomparable!, por ese sacrificio tenemos acceso directo a nuestro Padre y en cualquier circunstancia podemos acudir a Él sabiendo que nos oye y alienta a proseguir, a seguir teniendo fe, a tener calma y esperar.
Porque en el día de la aflicción Él me resguardará en su morada; al amparo de su tabernáculo me protegerá, y me pondrá en alto, sobre una roca. Me hará prevalecer frente a los enemigos que me rodean; en su templo ofreceré sacrificios de alabanza y cantaré salmos al Señor. (Salmo 27:5, 6, NVI).
Aunque no lo veamos y no tengamos la respuesta inmediata a nuestras peticiones, el Señor está pendiente de nosotros y nos conoce: “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia, y conoce a los que en Él confían” (Nahúm 1:7).
En su angustia, David le pide al Señor que no lo abandone, que lo escuche:
Oye, Señor, mi voz cuando a ti clamo; compadécete de mí y respóndeme. El corazón me dice: “¡Busca su rostro!” Y yo, Señor, tu rostro busco. No te escondas de mí; no rechaces, en tu enojo, a este siervo tuyo, porque tú has sido mi ayuda… (Salmo 27:7-9, NVI).
Aun cuando su confianza no flaquea, David expresa su temor y su miedo clamando a Dios. Muchas veces nuestra petición es un clamor de ayuda, pareciéramos desesperar. Pero la Biblia nos exhorta en el Salmo 5:11: “Pero alégrense todos los que en Ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque Tú los defiendes; en Ti se regocijen los que aman Tu nombre”.
Continúa David en su súplica y reconoce que, solamente Dios puede dar esa liberación anhelada. Sólo aferrados a nuestro Señor podemos salir victoriosos. “Guíame, Señor, por tu camino; dirígeme por la senda de rectitud, por causa de los que me acechan.” (Salmo 27:11, NVI).
“Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes. Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová” (Salmo 27:13, 14).
Antes y ahora, el temor sólo puede ser vencido con la confianza en Dios, creyendo que Él nos oye y también actuará. Sólo esta certeza nos permite estar en comunión con Él, escuchar su voz y actuar con esperanza.
¡Tantos seres en este mundo se desesperan y caen en vicios que los llevan a una muerte prematura o se suicidan por no encontrar una respuesta a los problemas y las pruebas!. No podemos agradecer lo suficiente a nuestro Señor por permitirnos tenerle como el ancla en nuestra existencia, el refugio en la angustia, el brazo poderoso que nos sostiene con Su inmenso amor. Por más severa que sea la prueba, por más intranquilos y angustiados que nos sintamos, recordemos que, si el problema es grande, más grande es nuestro Dios.
¡Alabemos al Señor en todo momento, porque grande es Su misericordia!
Omaira de Campos
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