“Cuando Salomón hubo acabado la obra de la casa de Jehová, y la casa Real, y todo lo que Salomón quiso hacer, Jehová apareció a Salomón la segunda vez, como le había aparecido en Gabaón. Y le dijo Jehová: Yo he oído tu oración y tu ruego que has hecho en mi presencia. Yo he santificado esta casa que tú has edificado, para poner mi nombre en ella para siempre; y en ella estarán mis ojos y mi corazón todos los días.” 1 Reyes 9: 1-3.
Dios le apareció a Salomón poco después de su ascenso al trono de Israel. Es en este tiempo cuando el joven rey pide la sabiduría divina para desempeñar sus deberes. Dios también le envió el mensaje de estímulo que encontramos en el texto de arriba.
Para nuestra enseñanza fijémonos en estas palabras: “Jehová apareció a Salomón la segunda vez…Y le dijo Jehová: Yo he oído tu oración y tu ruego (grito) que has hecho en mi presencia…”
A menudo enfrentamos nuestras más grandes crisis cuando no perseveramos en la oración. No necesitamos convertirnos de nuevo. No importa los años que tengamos en el Evangelio. No importa el tiempo que tengamos de bautizados. Tampoco importa el nivel de experiencia y/o madurez espiritual en el que nos encontremos, pero sí necesitamos que las ventanas de los cielos se abran una y otra vez para nosotros. Necesitamos que el Espíritu Santo nos llene y renueve nuestras fuerzas como las águilas, para correr espiritualmente sin cansarnos y caminar sin fatigarnos.
Bienaventurados somos la primera vez que hemos visto manifestaciones de la gracia de Dios; pero aún más bienaventurados cuando Él nos visita una y otra vez con la plenitud de su bondad. El sol siempre brilla ya sea que lo veamos o no, aún cuando la niebla o las nubes oscuras nos oculten su resplandor. Si oramos una y otra vez, vendrán días especiales, brillantes, cuando el Sol divino resplandezca en nuestros corazones “la segunda vez”, para revelarnos ciertos misterios ocultos que nosotros no conocíamos (Jeremías 33: 3).
Cuando Dios nos visita “la segunda vez” es una buena señal para nuestras vidas cristianas. Por lo tanto, oremos porque todo depende de que Dios nos aparezca “la segunda vez”, es decir, como si todo dependiera de Él. Oremos “la segunda vez” en cualquier situación, pues puede oír hasta las pisadas de una hormiga. Si Cristo mismo necesitaba reiteradamente orar, los cristianos no debemos descuidar esta necesidad espiritual. Alguien dijo: “La oración es como el respirar; si no respiras, mueres; si no oras, mueres espiritualmente”.
Orar “la segunda vez” a Dios, es como despegarse de la tierra. “¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigaran” Isaías 40: 28-31.
E.D.A.