Pensar en sacar provecho ante una situación totalmente adversa o desesperante es bastante difícil. Tomar como algo beneficioso el pasar por pruebas y/o problemas no es tarea sencilla para cualquier ser humano. Sin embargo, el creyente tiene una gran ventaja sobre el desesperanzado: todas las promesas que Dios les dio a sus hijos, son reales.
El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, nos maravilla con enseñanzas realmente inspiradoras y extraordinarias, entre las cuales destaca el conocido verso por la mayoría de los creyentes «Más que vencedores». En el versículo 28 del capítulo 8 encontramos que Pablo empieza con las palabras «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien». Sí, apreciado hermano, todas las cosas; buenas o malas, tristes o alegres, en la enfermedad o en la salud, en la escasez o en abundancia, viendo nacer o viendo morir, estando en guerra o estando en paz, sea cual sea nuestra situación, el Señor tiene un propósito perfecto para nuestras vidas.
Teóricamente comprendemos bastante bien esta porción de la Palabra, pero en la práctica, muchas veces nos dejamos llevar por la desesperanza, la ansiedad y las preocupaciones y olvidamos todas las maravillas que Dios ha hecho en nuestras vidas, incluso en tiempos de tormenta y oscuridad.
Hoy el mundo está viviendo lo que muchos expertos describen como la pandemia más agresiva en los últimos 400 años, y los cristianos no escapamos de ello. En el mejor de los casos, nos hemos visto imposibilitados de seguir con nuestra vida: metas profesionales y laborales, proyectos financieros, salidas recreativas, congregación en nuestra iglesia local. Pero peor que esto es ver la muerte de miles de personas en el mundo a causa de esta terrible enfermedad, muchas de ellas, sin la salvación por medio de Jesucristo.
¿Cómo podemos entonces internalizar que aún esta situación nos ayuda a bien? ¿Cómo podemos demostrar que amamos a Dios y que de verdad creemos y obedecemos sus estatutos?
He aquí tres breves enseñanzas que nos ayudarán a poner en práctica el amor que decimos profesar al Señor en estos tiempos de angustia, específicamente en lo que acontece al mundo hoy con esta pandemia:
1. Debemos mejorar nuestra relación con el Señor
Nuestra vida, antes de que el coronavirus minase el mundo, era extremadamente ajetreada. Nos hemos vuelto tan ocupados que todo pasa a ser prioridad menos la comunión íntima con el Señor. La oración y la lectura pasan a segundo plano y muchas veces las hacemos más como una práctica automática que como un deseo ferviente de estar con Dios. Salmos 25:14 trae una enseñanza maravillosa «La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto». ¿Queremos ser sabios? Temamos a Jehová, ¿Queremos conocer la voluntad agradable y perfecta para nuestras vidas? Dediquemos tiempo a adorarle, a glorificar su santo nombre, a agradecerle por su divino cuidado aún en estos momentos tan difíciles. Fortalezcamos nuestra comunicación con Él y escudriñemos su Palabra para amarle más y más y experimentar sus atributos: misericordia, bondad, inmutabilidad, omnipotencia, etc. Si el Señor lo permite, cuando esta pandemia finalice, que podamos ser mejores cristianos, mejores seres humanos, mejores profesionales y valoremos más el tiempo íntimo con nuestro Dios.
2. Debemos mejorar nuestra relación familiar
¿Tenemos algún conflicto no resuelto con alguno de nuestros familiares? ¿Nuestro hogar atraviesa momentos difíciles? ¿Se ha marchitado la relación con sus hijos, padres o demás familiares? Si hemos experimentado algunas de estas aflicciones y aún no las hemos solucionado, este es el momento para que dejemos a un lado toda actitud de soberbia, orgullo, ira, contienda, enemistad y demos paso a la reconciliación, al amor fraternal y resolvamos todo problema con nuestros más allegados. Recordemos que uno de nuestros deberes como cristianos gira entorno a estar en armonía con todo el mundo, cuánto más con nuestros familiares y/o hermanos en la fe. «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres» (Romanos 12:18). No dejemos que el maligno logre su objetivo de mantenernos en conflicto perenne y aprovechemos esta situación para pedir perdón y perdonar, para buscar la paz y la mediación y vencer el mal practicando el bien.
3. Debemos ser luz verdadera
Imagine un cuarto oscuro en el cual usted abra los ojos y no pueda ver absolutamente nada; luego piense que hay un pasillo y al final de él, una pequeña luz como de un fósforo encendido. A medida que se va acercando, la pequeña luz empieza a alumbrar más y más todo lo que está a su alrededor hasta que puede ver con total claridad. Esta analogía nos lleva a pensar que a veces nuestros fósforos no están encendidos. En vez de ser objetos de luz para alumbrar a este mundo oscuro y vil, somos piedra de tropiezo para que la gente no llegue a los pies de Cristo. Nos llenamos de quejas, la negatividad inunda nuestra alma, cuestionamos las decisiones de Dios y en vez de transmitir paz, somos canales de aflicción. Amados hermanos, encendamos nuestros fósforos y alumbremos nuestro hogar, nuestra comunidad, nuestra ciudad, nuestro país, nuestro único mundo. Que en nosotros sea hallada la esperanza verdadera que es Cristo y que aunque andemos «en valle de sombra y de muerte» nuestra luz no se apague. «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16).
Creamos fervientemente en que este tiempo nos ayudará para bien. Entendamos lo frágil que somos sin Dios y confiemos en sus promesas, pero a la vez actuando como él nos pide que actuemos. No desaprovechemos esta oportunidad, sí, aunque suene paradójico, es una oportunidad para depender más de Dios y ser transmisores del evangelio de Cristo.
Isaac Delgado