La hora de la fe


Cuando llega la crisis, especialmente la de la salud, por lo general nos desestabiliza; nos sentimos impotentes. Sentimos que los que están a nuestro alrededor, no hacen nada para sacarnos de ella.

A veces, sumamente preocupados, pensamos que la iglesia, el médico, el hermano en la fe, la misma Biblia o la oración, no nos traen ningún alimento. En esos momentos es cuando la mente más se turba y el espíritu desfallece.

David, en el Salmo 30 nos dejó constancia de una crisis de salud (léalo, por favor). En cierto momento la prosperidad económica y el excelente estado de salud había hecho que David se sintiera invencible en sí mismo, intocable ante la adversidad. Nótese esta expresión: “En mi prosperidad dije yo: no seré jamás conmovido”, v.6. Es decir, en cierto momento David se sintió autosuficiente, se creyó invulnerable ante la enfermedad. Reconoce con humildad que cuando se encontraba pletórico de salud, se sintió muy seguro de sí mismo, como que su salud no fuera un don de Dios, sino una conquista personal. Pero Dios le hizo ver cuán equivocado estuvo (v.7), por eso exclamó en oración: “Oh Jehová, hiciste subir mi alma del Seol; me diste vida, para que no descendiese a la sepultura. Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad. Porque por un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría. En mi prosperidad dije yo: No seré jamás conmovido…, Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría”. ¡Cuán equivocado estaba David en referencia a sí mismo!

Con esto el rey David nos confirma que la vida humana proporciona ciclos de problemas y momentos de alegría; tiempo de crisis y tiempo de oportunidades; tiempo de llorar y tiempo de reír. Todo tiene su tiempo. Todo tiene su hora (Eclesiastés 3: 1-8).

Sin embargo, cualquiera que sea la aflicción o la pandemia puede resultar en nuestro provecho personal, familiar, social y sobre todo moral y espiritual. El secreto de este beneficio radica, como bien lo expresó el salmista, en confiar ciegamente en Dios y en las promesas de su Palabra ya que Él nunca cambia, “porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es su fidelidad” Lamentaciones 3: 22,23.

Confiar en el Señor no es lo mismo que confiar en el hombre, en los políticos ni en las religiones; no es lo mismo que confiar en el dinero porque estimula la codicia. Confiar en Dios, sí es lo acertado. Alguien nos dejó este pensamiento: «Pregunté a la naturaleza y al mundo acerca de Dios, y su respuesta fue: “Yo no soy Dios, pero Él me hizo”». Sin una fe firme en Dios el ser humano no tiene nada en que apoyarse. Dios sólo se deja sentir por la fuerza de la fe en Él.

En la Biblia leemos: “Los que confían en Jehová son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre. Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así Jehová está alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre”. Salmo 125: 1, 2.

Nunca el mal ni el bien; la enfermedad y la salud; la hambruna ni la abundancia son duraderos. Recordemos lo dicho en nuestro Salmo: “Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría”. Ninguna calamidad debe ser la razón que nos impida amar a Dios sobre todas las cosas.

E.D.A.