¿Qué haría sin Dios?


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Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH, corriges, y en tu

Ley lo instruyes, para hacerle descansar en los días de aflicción,

en tanto que para el impío se cava el hoyo 

Salmos 94:12,13

¿Alguna vez se ha hecho estas preguntas?: Si no conociera a Dios ¿Quién sería usted? ¿Qué haría? ¿A quién adoraría? ¿A quién irían dirigidas sus peticiones? ¿En quién depositaría su confianza? ¿Con base a qué o a quién tomaría sus decisiones? ¿Cómo discerniría entre el bien y el mal? ¿Creería que hay vida después la muerte? Asusta imaginar algunas respuestas, o peor aún, da miedo no tener ninguna.

La relación con Dios a través de Jesucristo debe ser constante, diaria, en incluirla en cada aspecto de la vida. Sin embargo, no es un secreto que en los momentos de mayor agonía se acude aún más a Él, por una razón: Dios es el único Todopoderoso capaz de llevar las cargas. Además, por medio de su Espíritu Santo redarguye para hacer saber que Él está en control de todo. “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda” (Job 32:8).

El Salmo 94, titulado Oración clamando por venganza, es un capítulo muy pertinente para estos días en los que tantas cuestiones surgen respecto a la situación mundial y nacional. Enseña cómo el aferrarse a Dios es la respuesta a todas las incógnitas.

Lea los versos 16 al 23 y mantenga la Biblia abierta hasta finalizar la lectura.

I. Rescate del alma

(V. 17) “Si no me ayudara Jehová, pronto moraría mi alma en el silencio”. El salmista se encontraba en una situación bastante abrumadora. Estaba tan oprimido que no sabía qué más hacer y su único pensamiento era que iría al silencio de la muerte. De no ser por la ayuda de Dios ese habría sido su destino. El ser humano está separado de Dios y su realidad es agobiante por causa del pecado. En ese sentido, la gracia del Padre celestial es la muestra de amor más grande que Él impartió y libró al hombre de la muerte eterna. “…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es Cristo Jesús” (Romanos 3:23, 24). Si otorgó la potestad de ser llamados sus hijos a todo aquel que cree y recibe a Jesús, ¿no impartirá misericordia, consolación, refugio y justicia?

II. Misericordia

(V. 18) “Cuando yo decía: «Mi pie resbala», tu misericordia, oh Jehová, me sostenía” (Énfasis añadido). En este verso hay un punto clave, y es que David parece no dar más. Incluso reconoce que no está en tierra firme, “mi pie resbala”, asevera, pero Dios nuevamente tiene misericordia de uno de sus hijos y no le deja caer. Solo Dios, que es rico en misericordia puede sostenerle y evitar cualquier dolorosa caída. “… porque Jehová vuestro Dios es clemente y misericordioso, y no apartará de vosotros su rostro, si vosotros os volviereis a él” (2 Crónicas 30:9b).

III. Consolación

(V. 19) “En la multitud de mis pensamientos íntimos, tus consolaciones alegraban mi alma”. La primera línea de este versículo en la versión hispanoamericana dice lo siguiente: “Cuando me invaden las penas…”. Cuántos pensamientos negativos, de zozobra, de incertidumbre e incluso de cuestionamiento a Dios aparecen en días como los que hoy atraviesa el planeta. El Creador en su perfección, consuela el alma, porque conoce a cada uno y sabe que pueden surgir estas aflicciones

El apóstol Pablo vivió y sufrió persecuciones, tristezas, problemas, agresiones, etc., y es por eso que escribe esta acción de gracias:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación (2 Corintios 1:3-5).

Que esta oración de Pablo sea para nosotros hoy una realidad. En este tiempo de cuarentena por el COVID-19, el creyente también puede decir: ¡Bendito sea mi Dios, que me consuela en este confinamiento!

IV. Refugio

(V. 22) “Pero Jehová me ha sido por refugio y mi Dios por roca de mi confianza”. El hogar se ha convertido en el mayor refugio en medio de la pandemia que azota el mundo este 2020. La vida cristiana siempre está rodeada de un sinfín de virus que intentan desestabilizar la relación con Dios. Pero el refugio más eficaz e inquebrantable es el mismo Dios. Ninguna asechanza del maligno puede penetrar este divino albergue. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmos 46:1). En palabras del Señor Jesús: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11).

V. Justicia

(V. 23) “Él hará volver sobre ellos su maldad y los destruirá en su propia maldad. Los destruirá Jehová, nuestro Dios”. Dios siempre hace lo correcto. Es perfecto, no se equivoca. Por lo tanto es justo. En la Biblia se encuentran infinidad de casos en los que se observa la rectitud del Padre. El trato que tuvo con los enemigos de Israel (Éxodo 9:27), la liberación del justo Lot de la destrucción de Sodoma y Gomorra (2 Pedro 2:7), incluso se puede ver en las bienaventuranzas (Mateo 5:1-12). Dios nos exhorta a no impacientarnos ni a tener envidia a causa de los malignos (Salmos 37:1). Más bien pide total confianza en Él, pues concederá las peticiones de su corazón.

Los versículos 9 y 10 del pasaje en estudio enseñan que Dios tiene el control y actuará en su tiempo, y con seguridad lo hará. “El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá? El que castiga a las naciones, ¿no reprenderá? ¿No sabrá el que enseña al hombre la ciencia?” (Salmos 94:9, 10). Jehová se encargará de sus enemigos, “…los destruirá en su propia maldad” (V. 23b).

Tal vez no quiera imaginar las respuestas a las preguntas hechas en la introducción de este escrito, y quizás ni siquiera haya alguna al tratar de reflexionar sobre ello.

Lo que sí tiene respuesta, clara y convincente, es que sin Dios en su vida su alma mora en el silencio, no disfruta de su misericordia, ni de su consolación, ni de su refugio, ni de su justicia. Es tiempo de aferrarse al Padre Celestial, es el único que puede impartir amor, paz y justicia. “Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría” (Daniel 2:20).

Abraham E. Delgado A.

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