La hora de la fe


El Salmo 25 es una extraordinaria oración de David y muy apropiada para tomarla en cuenta en toda circunstancia, de manera especial en días de angustia y necesidad espiritual. David era un fervoroso hombre de oración; un experto en la oración de alabanza, de perdón, de arrepentimiento, de súplica, de adoración, de defensa, de dirección, de clamor en los días de tribulación.

David expresó su deseo particular de que Dios lo guiará. ¿Cómo recibimos nosotros la dirección divina? El primer paso es querer ser guiado y darnos cuenta que Dios guía principalmente por su Palabra, la Biblia. Al leerla y aprender constantemente de ella, obtenemos sabiduría para recibir la dirección correcta de Dios en cuanto a nuestra vida privada, social, familiar y cristiana, y también eclesial.

Hoy en día nos bombardean con incitaciones incesantes a ir en direcciones equivocadas. La publicidad de la televisión, de las redes sociales, las opiniones de los políticos, ciertas predicciones religiosas y otras formas y medios solo buscan el motivarnos a apoyar sus causas o planes.

En el Salmo 25, encontramos siete estrofas de gran valor espiritual. Solamente consideremos la primera y quinta estrofa. La primera dice: “A ti, oh Jehová, levantaré mi alma. Dios mío, en ti confío; No sea yo avergonzado, No se alegren de mí mis enemigos. Ciertamente ninguno de cuantos esperan en ti será confundido; Serán avergonzados los que se rebelan sin causa”, vv. 1-3.

“A ti, oh Jehová, levantaré mi alma”. Levantar el alma es más que levantar las manos; mucho más que formas, horarios, días, gritos y lugares (véase Isaías 29: 13, Mateo 6: 5-13). Levantar el alma a Dios es tratar de pasar un tiempo con Dios para alabarlo, para pedirle que nos defienda, que nos conceda su dirección y perdón. En la medida que confiamos en Él, “tenemos las peticiones que le hayamos hecho”, 1 Juan 5: 15. Cuando levantamos el alma a Dios, no pedimos lo que más nos gusta o más queremos, sino que buscamos que se cumpla su voluntad (1 Juan 5: 14). El énfasis, pues, en la oración es la voluntad de Dios, no la nuestra.

La quinta estrofa reza de la siguiente manera: “¿Quién es el hombre que teme a Jehová? El le enseñará el camino que ha de escoger. Gozará él de bienestar, Y su descendencia heredará la tierra. La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, Y a ellos hará conocer su pacto. Mis ojos están siempre hacia Jehová, Porque él sacará mis pies de la red”, vv. 12-15.

“¿Quién es el hombre que teme a Jehová?” El temor de Dios en la Biblia tiene un sentido especial: significa mucho amor a Dios. Se teme ofender a Dios, no porque se tenga miedo de su “venganza”, sino porque se le ama mucho, porque se tiene miedo de dejarlo de amar por otras cosas. Temer a Dios, además, es reconocerlo por lo que es: Santo, Todopoderoso, Omnisciente, Omnipresente, Recto, Puro, Sabio. Al mirar a Dios a la luz de esto, nos vemos como somos: pecadores, débiles, frágiles y necesitados de toda su bendición. Cuando reconocemos quién es Dios y quiénes somos nosotros, caemos humillados a sus pies, levantamos nuestra alma a Él. ¿Parecen ir de mal en peor los problemas de la vida? Quizá, en algunos casos, sea porque no hay temor delante de sus ojos.

¿Cuál es nuestra relación con Dios en la actualidad?
¿Estamos levantando nuestras almas a Él?
En Eclesiastés 12: 13, leemos: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre”.

E.D.A.