En el texto de Isaías 41: 10, encontramos varias promesas divinas: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”.
¿Se ha dado cuenta de todas las maneras en que Dios quiere bendecirnos? Fíjese: (1) la presencia de Dios está con nosotros (“Yo estoy contigo”) , (2) Dios ha establecido una relación espiritual con su pueblo (“Yo soy tu Dios”), (3) Dios nos da la seguridad de fortalecernos y ayudarnos en cualquier conflicto (“Siempre te ayudaré”) .
A Israel la rodearon muchas naciones enemigas que suponían que sus dioses tenían poderes especiales tales como fructificar las cosechas y dar victorias en las guerras. Estos dioses, sin embargo, nunca pudieron ayudarlos. Cuando nos veamos tentados a depositar nuestra confianza en otra cosa que no sea en el Dios viviente y todo poderoso (dinero, fama, influencias, poder humano), debemos detenernos y hacernos algunas de estas preguntas importantes: ¿Me salvará? ¿Me proporcionará de manera infalible lo que busco? ¡Sólo Dios ayuda! Es el único y verdadero Dios en el que se puede confiar completamente.
Cuando nos llama a ser fieles, a servir o a sufrir por Cristo, existe la tentación de considerar nuestras fuerzas y descubrimos que tenemos menos de las que pensábamos, y menos de las que necesitamos para resistir. Pero que tal pensamiento o incredulidad no se apodere de nuestro corazón, sino que nos detengamos a considerar sobre lo que nos dice el texto de Isaías 41: 10: “Yo soy tu Dios que te esfuerzo… siempre te ayudaré”. En esto es que debemos apoyarnos.
Dios tiene una fuerza omnipotente, puede concedérnosla y promete que lo hará. Él será siempre el aliento de nuestras almas y la salud espiritual de nuestra vida interior. ¡Es indecible el poder que Dios puede inyectar en un cristiano que se rinde a su voluntad!
La verdad es que el Señor proporciona una fortaleza inesperada cuando vienen sobre nosotros pruebas extraordinarias e inesperadas. Nuestro estupendo Aliado, el Espíritu Santo, es mejor que legiones de ayudadores mortales. Su ayuda siempre es oportuna. Su ayuda es muy eficaz. Su ayuda es más que ayuda psicológica. ¡Es ayuda divina! En Romanos 8: 11, 15 el apóstol Pablo habla del Espíritu Santo como garantía de vida abundante para quienes creen en Cristo. Dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”.
Uno de los privilegios notables del cristiano es recibir la dirección y el poder del Espíritu. Su presencia en el creyente nos recuerda quienes somos y nos anima con el amor divino del Padre y del Hijo. Los tres (Padre, Hijo y Espíritu) obran para nuestra salvación, santificación y glorificación. Por medio de Ellos ya no somos esclavos temerosos y viles, somos hijos del Amo de nuestras vidas ¡Qué privilegio! ¡Qué clase de bendición! Adelante, pues, porque “si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”, Romanos 8: 31.
E.D.A.