¿Qué sería del mundo sin el sol? Esto es lo que seríamos nosotros sin Cristo. El diccionario nos dice que el sol es “astro luminoso, centro de nuestro sistema planetario, y regulador del movimiento de la tierra y los demás planetas. Fuente de calor y de luz, principio vivífico de todos los seres organizados”.
Cristo es el “Sol”, el centro del sistema de la gracia de Dios. La fuente de toda verdad, conocimiento, salvación y vida eterna. En Él “no hay mudanza, ni sombra de variación”, Santiago 1: 17.
En el último capítulo del Antiguo Testamento, aparece la figura de Cristo como “el Sol de justicia”: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada”, Malaquías 4:1-2.
La segunda venida del Señor Jesús será una calamidad o una bendición para los hombres y las mujeres según su carácter. Para los incrédulos será “como un horno”; para los temerosos de Dios “el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación”.
Jesucristo es para el cristiano el gran atrayente, el imán que lo mantiene en lugares espirituales, dando vueltas alrededor de Él como los planetas en sus órbitas alrededor del Sol. Es el centro de la esfera cristiana, la Aurora y la Claridad de la vida del creyente (Proverbios 4: 18, 19). ¡Cuánta luz de conocimiento! ¡Cuánto calor de amor! ¡Qué radiante gozo se recibe de Él! ¡Qué libertad trae a todos los que en Él creen! “Saltareis como becerros de la manada”, dice nuestro texto.
Una vida que tiene comunión, que crece y exhibe vigor espiritual con el Señor, posee encanto; es representada como: “ovejas de su prado”, “manada pequeña” y aquí en Miqueas como “becerros o terneros”. En estas figuras o semejantes a ellas encontramos libertad y cuidado en el Señor.
Nosotros no podemos hacer un sol, ni mover el sol que Dios creó, ni comprar ese sol; tan sólo podemos disfrutar de sus benditos rayos y de su luz y calor. Así debemos hacerlo en el sentido espiritual. ¡Salgamos por fe de las tinieblas del temor, del terror nocturno, de la tibieza espiritual al encuentro del calor del amor de Dios, de la salud mental y del gozo de la salvación eterna!
Hay una bonita anécdota, muy atinada para nuestro bien: en cierta ocasión un burlador de la fe cristiana dijo: “¿Qué ventaja tienen las personas cristianas sobre mí? ¿No brilla el sol lo mismo para mí que sobre ellos?” “Sí -respondió un creyente compañero de trabajo-, pero el hombre cristiano tiene dos soles que brillan a su favor, uno para el cuerpo y otro para su alma”.
“El Sol de justicia”, cuando se le permite brillar sin impedimento sobre el corazón humano, no sólo ilumina su corazón y mente sino que también destruye las cosas venenosas que nos amenazan y acaba con cualquier tibieza del alma y del espíritu. En esta tierra no necesitamos ninguna luz religiosa que ilumine nuestras almas, porque Cristo y su Palabra son las verdaderas luces para nuestras vidas. “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?”, Salmos 27:1.
E.D.A.