No es con mis fuerzas


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No, no es con mis fuerzas. Yo sola no puedo. El amor de Dios nos impulsa a reconocer nuestros dones y ponerlos al servicio de la iglesia. Es hermoso cuando podemos realizar una tarea que redunda en beneficio de nuestros hermanos y alguien te da las gracias. Es reconfortante. Es valioso. Como hermanos, debemos reconocer a los que trabajan y estimularlos. “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:23-24).

Sí, es cierto. Trabajamos en realidad para el Señor. Pero el agradecimiento que recibimos de los hermanos nos anima y nos impulsa a continuar. Es un estímulo mutuo, que enriquece y da fortaleza.

Pero cuando lo vemos en frío, puedo decir: No, yo no merezco ningún agradecimiento. Mis fuerzas no alcanzan para eso. Ni para una décima parte de lo que realizo, lo que emprendo o cualquier otra acción con la que animo a otros a superarse. Toda la gloria es de Dios, que me permite hacer lo que hago, aprender para enseñar, para compartir. Y debemos evitar la vanagloria. Como bien nos señala Romanos 12:3:

 Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.

No debemos pensar que somos más de lo que somos. Pero tampoco, por una falsa modestia, pensemos que no valemos nada. Es un sabio balance que debemos hacer. Somos criaturas valiosas, a los ojos de Dios y de nuestros semejantes.

Y sabemos que el Señor nos capacita y nos prepara para toda buena obra. ¡Cuánto podemos hacer si nos dejamos llevar por nuestro Señor! “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece”. (Filipenses 4:13).

Pero nuevamente, no debemos pensar que somos nosotros los que logramos el triunfo. Josué, entre muchos de los paladines de la fe, nos lo ilustra de una manera muy hermosa. En el capítulo 5:13-15, podemos encontrar lo siguiente:

Estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada Desenvainada en su mano. Y Josué, yendo hacia él, le dijo: ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? El respondió: No; mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo. 

Josué reconoció que la próxima batalla y la totalidad de la conquista de aquella tierra era, en realidad, un conflicto de Dios y que él, Josué, era simplemente un siervo. La conquista de Jericó y el resto de la tierra prometida se produjeron por la fe. Sin embargo, lo interesante de todo esto es el método que fue usado. Y la pregunta es: ¿luchó Josué? En el sentido estricto del significado de la palabra luchar, no lo hizo. Sin embargo, el Señor le dio una orden: durante seis días debían darle vuelta a la ciudad y el séptimo, dar siete vueltas a la ciudad y sonar los cuernos. Entonces esto es una lucha, solo que la forma es fuera de toda lógica humana. Y sí, fue la actuación de Dios y quien ganó la batalla, y por tanto, Josué y el pueblo conquistaron la ciudad, pero ellos tuvieron que obedecer y actuar.

David también, frente a Goliat, lo declaró así. En 1 Samuel 17:45-47, leemos:

Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos.

El apóstol Juan en su primera carta capítulo 5, versículo 4 dijo: «Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe». Y el capítulo 11 de la carta a los Hebreos, revela cómo la fe obró durante todas las épocas, en las vidas de los siervos más selectos de Dios, al hacer frente al mundo, y vencer por la fe. Como también lo leemos en Juan 15:5 “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.

Mis queridos hermanos: Nada somos sin el Señor. Pero en Sus manos, todo lo que podamos hacer será de bendición.

Omaira de Campos

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