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Los relatos de la dramática vida de Sansón en el libro de Jueces nunca han perdido su popularidad. Nació en un hogar piadoso, de padres que creían en la oración. Fue el don especial de Dios para ellos y para la nación. Sus padres le enseñaron lo que tenía que hacer (13: 8, 12) y trataron de infundirle el mismo temor a Dios. ¡Toda esta maravillosa herencia menospreció Sansón ya adulto! En lugar de ponerse en manos de Dios para realizar la tarea dada por Él, decidió vivir como le placía. Qué trágico es cuando Dios le da a un joven una maravillosa herencia y una gran oportunidad para servir a su pueblo y la toma a la ligera. Es triste que nos recuerden por lo que pudimos ser y lo menospreciamos.
Sansón desafió a sus padres (Jueces 14: 1-4), contaminó su cuerpo (14: 5-20), desechó la advertencia de Dios (capítulo 15), deliberadamente jugó con el pecado (capítulo 16) y finalmente el resto de la historia muestra al trágico creyente Sansón que no le permite a Dios controlar su vida (vv.16-21).
Sin embargo, Sansón tuvo la bendición divina suficiente para reconocer que la gloria de la vida le corresponde a Dios. Él descuidó su punto débil. Después de su amarga experiencia en Timnat (capítulos 14 y 15), se debió volver precavido y juicioso, pero cayó nuevamente en Gaza (capítulo 16). Jugó con el pecado, ¡pero a qué precio para él y para los demás! Naturalmente, la fuerza de Sansón no estaba en su cabello, sino en su consagración a Dios, de la cual el largo cabello de nazareo era el símbolo visible de la gracia de Dios. ¡Cómo necesitamos estar atentos para no caer en una emboscada del maligno! ¡Cuidado con jugar con la tentación!
Ahora bien, la historia de Sansón también arroja mucha luz sobre la segunda oportunidad de Dios. Y esto es lo que queremos resaltar en esta meditación de la hora de la fe. No es la fuerza física la que vence; no es la fuerza familiar lo que nos sostiene; no es la fuerza económica la que nos levanta; tampoco es la fuerza política la que nos exalta a cumbres celestiales. La gloriosa fuerza de Dios es la fortaleza del creyente. Sansón oró a Dios con lágrimas de arrepentimiento y clamor de victoria. La fuerza física que había perdido, retornó a sus músculos; la fuerza de los votos de consagración a Dios, nutrió una vez más su alma y espíritu; la fuerza económica y política de su pueblo, fue restaurada por la respuesta a la oración de Sansón (16: 28-31).
Es interesante que en el Nuevo Testamento no se mencionen los fracasos y pecados de Sansón ni sus heroicas proezas de fuerza. En la Epístola a los Hebreos, simplemente lo nombran con otros que: “… por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas…” (11: 32-34) y de otras maneras se le otorgó ayuda sobrenatural. Al final, Sansón reconoció, mediante el arrepentimiento, su dependencia de Dios, y Dios no lo desahució. Su gracia lo alcanzó para vida eterna con Él.
La historia de Sansón nos enseña que NUNCA es demasiado tarde para empezar de nuevo. Por mucho que hayamos fracasado en el pasado, hoy no es demasiado tarde para poner nuestra confianza en Dios. En su acto final, por la misericordia de Dios, rescató a Israel de los filisteos.
Todos podemos tener victorias mediante la fe en Cristo. Aunque los tiempos son difíciles, a pesar de que nuestros cuerpos se debilitan, se deterioran y mueren, viviremos por siempre gracias a Cristo. Pero también para quienes insisten en pecar, para los indisciplinados y rebeldes, para los que se inclinan a las argucias o se rinden a las tentaciones de la carne, olvidándose de Dios, ¡las consecuencias pueden ser catastróficas! Vivamos, pues, fortalecidos por el Espíritu y la Palabra, para triunfar sobre cualquier debilidad humana o mundana. En la fuerza espiritual está nuestra gloria y victoria final.
E.D.A.
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