La hora de la fe


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¿Qué es lo que acaba con la vida de un hombre? ¿Qué es aquello que lo derrota? No es la enfermedad que lo abate. No es la pobreza que lo aflige. No son los años que acortan su existencia. No es toda esa gama de problemas que gravitan sobre su cuerpo y su alma. Lo que acaba con la vida, lo que lo derrota y desquicia es la falta de confianza en Dios. Su falta de esperanza en Aquel que ha prometido ser su sostén y conducirlo a través de este mundo que se le complica más y más cada día.

En el libro de Esdras encontramos esta declaración: “…la mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan; más su poder y su furor contra todos los que le abandonan”, Esdras 8: 22. Es una garantía espiritual de que la vida rendida a Dios es siempre una victoria, una vida triunfante sobre las grandes dificultades. Todo lo que se pone en “la mano de Dios” sale para bien.

La experiencia de nuestra ya larga vida cristiana nos lo confirma. Es lo mismo que aquellos versículos que vienen del Antiguo Testamento: “¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”, Isaías 40:28-31. Aunque la gente más fuerte y sana del mundo se cansa y se enferma por momentos, el poder y la fuerza de Dios nunca disminuyen. Dios jamás está cansado, desanimado, ni ocupado para ayudarnos o escucharnos. Cuando sienta que todo en la vida lo aplasta y no puede dar un paso más, recuerde que puede clamar a Dios para que renueve su ánimo, su fe y su entusiasmo.

En medio de los problemas, el sacerdote Esdras buscó protección divina y halló respuesta. Pidió el auxilio de Dios en momentos de prueba o desastre. Previamente había testificado al rey de la bondad y el poder de Dios. Haber pedido un escolta militar para un viaje riesgoso hubiera sido como negar su confianza en Dios. En cambio decidió actuar en fe, confiando en el Dios que se deleita en salvar o socorrer a los que se apoyan completamente y únicamente en Él. Esdras no fue defraudado. El Señor premio su confianza. La lección es obvia para nosotros: no hay enemigo que pueda atravesar una protección divina.

A fin de cuentas los cristianos podemos proclamar que todo lo que se pone en las manos de Dios sale bien. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”, Romanos 8:28. Sólo Dios hace posible que “todas las cosas”, no sólo incidentes aislados, enfermedades permanentes, cosas inesperadas, redundan en nuestro bien. Esto no significa que todo lo que nos pasa es bueno y agradable. Lo malo y lo doloroso sigue prevaleciendo en nuestro mundo apartado de Dios, pero Él es capaz de cambiar todas las circunstancias a nuestro favor. Tenga presente que esta promesa no es para todos, es sólo para los “que aman a Dios” y forman parte de los planes del Señor. Estas personas “que aman a Dios” tienen una nueva perspectiva de la vida presente y futura, tienen una nueva mentalidad en esta vida; confían ciegamente en Dios, no en los tesoros ni en la influencia del mundo, sino en Dios. Buscan seguridad espiritual y eterna, no en la tierra; aprenden a aceptar y practicar lo dicho por el apóstol Pablo: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven”, Romanos 14:7-9.

Es razonable y bueno vivir siempre bajo “la mano de nuestro Dios”. Nadie espere de la vida algo mejor que la bondad de Dios. Ilusiónese y gócese con estos versículos: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”, Romanos 5:8. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”, Romanos 8:1.

E.D.A.

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