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Una de las “maravillas” que ha dado nuestro mundo moderno es lo instantáneo de varias bebidas: el café, el té, la leche, las bebidas achocolatadas, entre otras. Y no son solamente esas bebidas sino también las comidas rápidas, los alimentos enlatados o un menú empaquetado. Vivimos en la era de lo instantáneo.
El cristianismo “instantáneo” es la moda de nuestro tiempo. Como toda moda, viene y se va. Nos preguntamos si el hombre que escribió Filipenses 3: 7-9 reconocería al cristianismo actual por la fe con la cual él vivía. Esto fue lo que escribió el apóstol Pablo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”, Filipenses 3:7-9.
El apóstol Pablo entregó todo: credenciales religiosas, estudios, éxitos, amistades, libertades, ganancias, a fin de conocer a Cristo y el poder que lo salvó. También nosotros, los cristianos, tenemos acceso a ese conocimiento y a ese poder, pero es necesario hacer algunos sacrificios para disfrutarlo. Tenemos que dejar ese cristianismo instantáneo por la ortodoxia de la fe del Nuevo Testamento. Tenga cuidado que al considerar las novedades religiosas de nuestro tiempo, no lo aparten de su relación con Cristo y con el poder del Evangelio (Romanos 1: 16).
Hay que poner a un lado el romanticismo religioso y enfocar nuestra atención en Cristo. Ese “virus” moderno ha sido desparramado por todo el universo religioso a través de la literatura, de evangelistas, de congregaciones, de programas televisivos, de coreografías subliminales y otros artificios con etiquetas de espiritualidad cristiana. Ellos desean hacer un evangelio “light”, instantáneo, al gusto del consumidor. Desecha la sana doctrina por un mensaje más refinado.
El cristiano verdadero se encuentra con Cristo, no con una religión hecha a la medida del “consumidor”. El cristiano se debe a Dios. Tiene una clara noción del Evangelio, no de los evangélicos, ni protestantes, ni católicos, sino del Evangelio predicado por Pablo y los demás apóstoles del primer siglo. “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema”, Gálatas 1:6-8. Cuando alguien establece requisitos o estilos adicionales diferentes a los del Nuevo Testamento, niega el poder de la doctrina y de la obra de Cristo.
Sólo hay un Evangelio, un programa, un estilo de vida dado por Dios para la salvación y la adoración espiritual. Ninguna otra persona, método o ritual puede dar vida espiritual a una iglesia o individuo. Dios ha establecido y provisto un solo camino, una sola verdad y una sola vida abundante: Jesucristo (Juan 14: 6).
La cuestión que se presenta delante de nosotros es ¿cuánto de la vida cristiana establecida por el Señor tenemos guardada en nuestro corazón? ¿Cuánto del Señor Jesús podemos exhibir en este mundo? El cristianismo instantáneo tiende a hacer de la fe algo pragmático, adaptado a este siglo, enfocado en la “espiritualidad” o “experiencia personal” en lugar de considerar una relación íntima y continua con Cristo.
Este fue el lema y la vivencia de Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”, Gálatas 2:20.
E.D.A.
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