La hora de la fe | #72


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“Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy”, Juan 13:13. El título “Señor” no debe convertirse en un eslogan para publicidad religiosa. Nuestro Redentor y Salvador es también nuestro Señor. Considerar a Jesús Señor es para los cristianos un deber que nos imponemos para recibir sus instrucciones. El honor, el privilegio, la honestidad y la gratitud nos obligan a llamar a Jesús, “Señor nuestro”.

Nuestro anhelo de llamarlo Señor suprime toda exaltación propia y lo convierte en la mayor gloria del cristiano. Pablo era un apóstol, pero Jesús es Señor (Romanos 4: 24). Aconteció que cuando Elizabet se enteró que María estaba embarazada exclamó: “La madre de mi Señor”, Lucas 1: 43. Cuando María Magdalena estaba llorando junto al sepulcro y no vio el cuerpo de Jesús dijo: “Se han llevado a mi Señor”, Juan 20: 13. Tomás, al ver a Jesús que había resucitado, dijo: “Señor mío, y Dios mío”, Juan 20: 28. Estando Juan exiliado en la isla llamada Patmos escribió: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor”, Apocalipsis 1: 10.

¡Jesucristo es el Señor! Este título muestra que Jesús es el Salvador del mundo, es soberano en la naturaleza, y en la historia ejerce autoridad sobre nuestras vidas. Colosenses 1: 15-20 contiene una de las declaraciones más firmes acerca de la naturaleza de Cristo como Señor dada a conocer en la Biblia. Exalta la preeminencia de Cristo como el que tiene toda la autoridad sobre la creación, incluyendo el mundo espiritual. Nosotros, al igual que los creyentes de Colosas, debemos creer en la autoridad de Cristo sobre todas las cosas. En el juicio final, aún quienes en esta tierra se negaron a reconocerle como Señor, lo reconocerán como la autoridad y con derecho a gobernar en “un cielo nuevo y una tierra nueva”, Apocalipsis 21: 1. La gente puede, como un paso de amor y compromiso voluntario, escoger ahora a Jesús como Señor o rechazarlo a reconocerlo como Señor cuando regrese. “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”, Filipenses 2:9-11.

¿Es Jesús el Señor de su vida? ¿Le merece respeto o ejerce autoridad sobre usted? Nació humildemente en un pesebre. En pobreza, humillación y muerte, Jesús era, sin embargo, ¡SEÑOR! Y lo sigue siendo, y por los siglos de los siglos (Hebreos 13: 8). ¿Lo reconocemos como Señor plenamente y sin reservas? En todos los privilegios que nos ha concedido, Él es Señor de nuestra salvación, Señor de nuestra eternidad. ¿Cuál es nuestra relación con Él?

Debe ser el gran privilegio de cada uno de nosotros seguir a Jesús como Señor de todo lo que somos y tenemos. Cristiano por convicción es todo aquel que se entrega a sí mismo plenamente a Cristo como el Señor. En Apocalipsis 5: 12, “… decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”. Él es digno de todo eso porque, “… Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir”, Apocalipsis 4:8b.

La vida que sólo se alimenta de la gracia de Dios es incompleta, y por lo tanto debe aceptar a Jesús como Señor y Maestro de su vida. Dice el himno CRISTO EN TODO ES SEÑOR.

En mi mañana, en mí ayer,
Cristo en todo es Señor.
Dejé mis luchas, soy un nuevo ser,
Cristo en todo el Señor.

Coro
Rey, es Rey, Rey, Señor,
Cristo en todo es Señor;
De lo que tengo y lo que soy,
Cristo de todo es Señor.

En mis conflictos, en mí pensar,
Cristo en todo es Señor.
Batallas ganó, el amor por mi paz,
Cristo en todo es Señor.

En mis anhelos, en mi soñar,
Cristo en todo es Señor.
Cuando fracasó, él me puede salvar,
Cristo en todo es Señor.

E.D.A.

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