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¡Qué bendición escuchar que el Señor dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”, Juan 16:33. En los versículos previos, Jesús, antes de su arresto, les decía a sus discípulos que iban a enfrentar problemas de diversas índoles, librarán luchas crueles e inevitables que no podrán rehuir; pero los anima a cobrar ánimo, porque no estarán ni solos ni desamparados, pues tendrían a su lado a quién venció al mundo.
En nuestra condición de cristianos, deberíamos saber que continuará la tensión con el mundo incrédulo que no se conforma a Cristo, ni a su Evangelio, ni a su pueblo. Pero al mismo tiempo, podemos tener la confianza de que nuestra relación con Él produzca paz y consuelo, porque “Yo he vencido al mundo”.
El Espíritu Santo y las Escrituras tienen un ministerio especial en nuestras vidas, al igual que lo tuvieron los discípulos al lado del Señor Jesús. ¿Estamos permitiendo que Ellos lo hagan a su manera? Bien se ha dicho que la fe no está para vencer a Dios, sino para aferrarnos a la buena disposición de Él.
Por cierto, no existe en este mundo una persona que no haya sentido temor. Este sentimiento es algo propio del ser humano; en ocasiones nos impulsa a actuar desesperadamente o nos paraliza. Puede ser real o imaginario. Puede ser dominado o nos puede dominar. La verdad es que, la mayoría de las veces, nos hace sufrir. En general tiene su origen en la posibilidad de una pérdida o desesperación.
Tenemos miedo de perder algo precioso: nuestros padres o nuestros hijos, nuestro cónyuge o la familia, nuestro trabajo o la salud. También tememos a la perversidad de los hombre impíos. ¿Quién no ha pasado por esa experiencia? Si advertimos algún peligro o enemigo, sentimos miedo de perder algo muy precioso de la vida. ¿Es verdad o no? Y la misma incertidumbre es un enemigo psicológico que nos acompaña algunas noches, al igual que el insomnio. Es frecuente que, a pesar de que nos vayamos a dormir cansados, después de un día agotador, el sueño nos abandona y nos encontramos en la oscuridad de nuestra habitación mientras las horas pasan lentamente.
Es sabido que el sentimiento de temor sigue nuestros pasos de día y de noche, al acostarnos y al levantarnos. Ataca tanto a los débiles como a los fuertes, a los creyentes como a los incrédulos. Sin embargo, estimado lector, estamos llamados a vencer a este gigante llamado miedo. Así lo hizo el pequeño David contra Goliat, Sansón contra los filisteos, Gedeón, con un grupo de trescientos hombre, obtuvo una victoria aplastante sobre el ejército madianita. De la misma manera, Josué enfrentó un gran desafío, pero Dios lo consoló y lo fortaleció; le prometió estar a su lado en todas partes y en todas las batallas y decisiones. Observamos que esta promesa no sólo fue hecha a Josué o al pueblo de Israel, sino que actualmente continúa siendo verdadera y eficaz para todos los creyentes en Dios.
Si permitimos que el Señor le de paz a nuestro corazón atemorizado y ansioso, si confiamos y dependemos de Él, seguramente sentiremos Su paz, Su fortaleza, Su consuelo, aún en medio de las aflicciones.
“Ustedes van a sufrir en este mundo; pero tengan valor. Yo vencí al mundo”, Juan 16: 33 (Traducción lenguaje actual). ¿Cómo puede usted desarrollar las mismas cualidades que transformaron a los personajes anteriormente mencionados? (1) Ser valiente, (2) tener fe, (3) prestar atención a las promesas del Señor, (4) dedicar tiempo a la Biblia y para orar, (5) desarrollar un hogar cristocentrico, (6) caminar por las sendas del Señor.
Dios camina al lado del creyente que vive para Su gloria y honra, ya sea en los momentos de aflicción como en los de alegría. Su poder y fortaleza son infinitos y quiere ayudarnos a vencer cualquiera de nuestros temores.
“…confiad, yo he vencido al mundo”.
E.D.A.
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