La hora de la fe | #89


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La conversación de Jesús con los doce apóstoles, cuando les anunció que el que le traicionaba estaba en la mesa con ellos, dio lugar a dos interrogantes (Lucas 22: 21-30); (1) Cada uno preguntó: “¿No soy yo, verdad?”, esperando que el Señor se lo confirmara. (2) Luego discutieron acerca de su prestigio en el Reino, sobre quién sería el mayor entre ellos. El Señor no les dijo a sus discípulos quién sería el traidor, aunque de los relatos de Marcos y Juan concluimos que este discípulo es Judas Iscariote.

Sin embargo, el acontecimiento más importante de esta historia, después del partimiento del pan y el ofrecimiento de la copa, es lo que Jesús les dice: “… Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve”, Lucas 22:25-27. ¿Por qué los discípulos empezaron a debatir respecto a quién sería el mayor cuando Jesús término de lavarles los pies (Juan 13: 1ss) y hablar de su supremacía en lugar de probar su lealtad al Señor? Aunque los discípulos no entendieron lo que Jesús quiso decirles, excepto Judas, demostraron más preocupación por su liderazgo que amor por el Señor. Por supuesto, lo entendieron después de la crucifixión de Jesús.

Cualquiera que haya sido su confusión o razón, su actitud fue la del mundo, donde la competencia en lugar de la cooperación y la autoridad o poder son más importantes para el éxito personal. No comprendieron que en la obra del Señor la grandeza se mide por cuánto se sirve y no por cuántos me sirven. Sus preocupaciones estaban en el cargo, en la fama y en el poder. Dejaron de mirar a Jesús para mirarse a sí mismos. Durante su ministerio el Señor les enseñó que la gloria más grande estaba en el servicio (Juan 13: 13-17), sin embargo ellos optaron por el pensamiento del mundo.

La base del cristiano es el servicio eficaz en amor y humildad. El servicio y el compromiso con el Señor y por amor al Señor es la verdadera insignia que Él quiere que usemos. Cuando uno se dirige a Dios con el deseo de amarlo de corazón, Dios dirige nuestra atención a Cristo como el Siervo por excelencia de las necesidades de la humanidad. Puede que no haya grandes obras que hacer, algún milagro que realizar, o algún don llamativo a los ojos de los demás; pero a cada instante tenemos la oportunidad de hacer cosas de forma excelente, para que el Padre sea glorificado por medio del Hijo y de nosotros, (Colosenses 3: 17). Si Jesucristo es el Señor, entonces el cristiano se devuelve a Dios deseando servirle. Lamentablemente, es posible ser salvo y sin embargo no llevar fruto para el Señor, (Véase Juan 15: 1-17). Los que se tornan siervos del Señor, nunca se arrepienten de seguirlo.

El siervo no se limita con tener dones y talentos, a permanecer fiel en la iglesia local, a cumplir con un esfuerzo determinado o semejante a una tarea cumplida. El servidor de Cristo ofrece lo mejor de su vida, se torna productivo en obras y palabras, establece una diferencia con “los reyes de las naciones que se enseñorean de ellas” y el ofrecimiento de sus servicios con humildad auténtica al Señor.

¿Tiene usted como meta agradecer a Cristo y satisfacer todos sus deseos en Él? ¿Ha ganado usted el prestigio espiritual de ser un servidor de Cristo? Lo más importante no es que su nombre esté escrito en el fichero de una iglesia, sino en que usted esté unido a Cristo como Su servidor.

E.D.A.

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