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El camino del cristiano no siempre está alumbrado por el sol, pues de seguro habrá periodos de oscuridad, “valle de sombra de muerte”, tiempos de tribulaciones y montes que tiemblan a causa de braveza (Salmo 46: 1-3). Es verdad que en la Biblia está escrito: “Sus caminos son caminos deleitosos, Y todas sus veredas paz”, Proverbios 3:17. Sin embargo, los días malos surgen cuando menos lo esperamos. Dice el profeta Jeremías: “No me seas tú por espanto, pues mi refugio eres tú en el día malo”, Jeremías 17:17. El profeta le pide a Dios esperanza “en el día malo”. ¿Quién puede describir todo lo malo que existe en el mundo?
Pero también existe esta gran verdad: “Más cuando el pecado abundó, sobreabundo la gracia”, Romanos 5: 20. Una vez que Jesús nos elevó hasta la presencia de su Padre, usted será sostenido por los brazos amorosos de Él.
“Mi refugio eres tú en el día malo”. ¡Cuán maravillosa nos resulta esta frase! “Mi refugio” es sinónimo de diversas bendiciones del Señor para su pueblo; designa un estado de seguridad, protección y paz. En las Santas Escrituras encontramos muchas referencias al término “mi refugio” o “refugio mío”; por ejemplo: “El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos del eterno”, Deuteronomio 33: 27. “No hay refugio como el Dios nuestro”, 1 Samuel 2: 2. “Jehová, roca mía y castillo mío… fortaleza mía, en el confiaré», Salmo 18: 2. “Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia”, Salmo 32: 7. “Oh Jehová, fortaleza mía y fuerza mía, refugio mío en el tiempo de la aflicción», Jeremías 16: 19.
Nada es tan inspirador como eso. Nada le ocurre al cristiano que no pueda soportarlo con la fortaleza del Señor. Cristiano, alimente su fe y esperanza en Dios “en el día malo”. Ninguna persona goza de tanta bendición como aquella que es cristocéntrica. Sin embargo, hay que admitir que ningún creyente piadoso puede estar todo el tiempo cantando felizmente, riéndose todo el tiempo, exultante de forma continua (Véase Eclesiastés 3: 4; Lucas 19: 41; Juan 11: 35; Romanos 12: 15; Santiago 5: 13), pero sí todo el tiempo regocijándose en el Señor, gozoso en la esperanza, contento con lo que tiene. Sin el regocijo en el Señor, sin el gozo de la salvación, sin esperanza en las promesas, no hay bien que valga.
Por muy raro que parezca, el cristiano necesita vientos y tempestades para ejercitar su fe, con el fin de que se arraigue más firmemente en Cristo. Toda prueba que construye el carácter de la vida cristiana, por insólito que suene, contribuye a fortalecer la fe. Por ejemplo, el apóstol Pablo nos comparte este testimonio: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”, 2 Corintios 12: 10. Cuando en la vida todo nos va bien, estamos expuestos a vanagloriarnos, como bien lo expresó Pablo anteriormente. Dios no pretende que seamos débiles o desdichados, pero sí nos prueba o permite que ciertas aflicciones refuercen nuestra confianza en Él y no en nosotros mismo. Los días de aflicción revelan el valor o la deficiencia de nuestra gloriosa esperanza en Cristo.
“Mi refugio eres tú en el día malo”. ¡Memorice esa frase! Esta clase de obediencia e invitación en la oración de Jeremías lo librará de muchos enemigos internos y externos, humanos y espirituales, voluntarios o ajenos. Rodeados del refugio del Señor, usted mostrará muchas cualidades piadosas, por supuesto, cualidades que agradan a Dios. Los rodearán personas cristianas y amistades sinceras, tendrá una vida más ferviente en la oración, su verdadera esperanza será el Señor, incluso en medio de tanta corrupción usted siempre saldrá victorioso.
E.D.A.
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