La hora de la fe | #116


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La Biblia le promete a la persona regenerada por Cristo una morada eterna (Juan 14: 1-3). Hebreos 2: 10, la llama “la gloria”. Lo cierto es que hay una herencia incorruptible reservada en el cielo para los cristianos (1 Pedro 1: 4). Dicho de otra manera, el cielo es un lugar preparado para gente preparada por Cristo.

En 2 Corintios 12: 2 se menciona “el tercer cielo” de donde se deduce la existencia del primero y segundo. Sin embargo, en la Biblia no se habla de ello. Puede ser que el primero sea la atmósfera que rodea nuestro planeta; el segundo, el espacio físico más allá de la atmósfera y el tercero, la morada de Dios. El apóstol Pablo fue arrebatado hasta el tercer cielo, pero se le prohibió divulgar lo que allí vio y oyó (2 Corintios 12: 1-9). Según parece, Juan tuvo una experiencia similar (Apocalipsis 4: 1) en la cual basó la mayor parte de Apocalipsis.

Lo fundamental de estas experiencias de Pablo y Juan no es lo que nos permiten descifrar en cuanto a la estructura del cielo, sino lo que aporta a la vida después de este mundo. Qué maravilloso ha de ser el llegar al mundo de Dios, no solo para admirar el cielo, sino para admirar la gloria y sabiduría del Creador y al Redentor de nuestras vidas con las cicatrices de la frente, de las manos, del costado y de los pies en Su cuerpo. Ellos, Pablo y Juan, nos ofrecen un ligero y rápido vistazo de lo que es el futuro para darnos esperanza que en un día, cuando el Señor lo disponga, será realidad cuando veamos cara a cara a nuestro Salvador, con las marcas anteriormente señaladas.

Mientras tanto, “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”, 1 Corintios 13:12. Cristiano, ¡gócese con que todas las cosas han de ser nuevas! (Apocalipsis 21: 1-5). Aunque sería interesante entrar en muchos detalles respecto al cielo, lo principal es que todo será diferente, admirable en la casa del Padre (Juan 14: 1-3). Se dará una nueva creación que trae a la memoria el primer capítulo de Génesis: será creado el mundo nuevo con cuerpos resucitados que serán perfectos para nuestra vida eterna (Véase 2 Corintios 5: 1-10) ¡Tenemos eternidad en nosotros mismos asegurada! Esta esperanza debiera darnos un gran estímulo y paciencia para enfrentar todo lo que debamos padecer en esta vida. Quienes creemos en Jesucristo crucificado por nuestros pecados, poseemos la misma esperanza de Pablo de que tendremos cuerpos glorificados.

Será ciertamente una grata experiencia concedida a los creyentes el estar en la compañía del bendito Redentor, el Verbo de Dios, por toda la eternidad. Jesús oró por nosotros (Juan 17: 20) pidiéndole al Padre que llegásemos a tener Su misma gloria. Vea esto: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”, Juan 17:24.

Con el Señor llegaremos a la cima del cielo. ¡Bendito sea Dios! Con el Señor no habrá más maldición, dolor, enfermedad, temor ni muerte (Apocalipsis 21: 3-7). No sabemos todo cuanto quisiéramos conocer, pero es suficiente saber que la eternidad con Jesús será más hermosa de lo que jamás hayamos imaginado. Vamos al lugar donde mora el Padre de las luces, el bendito Redentor, los patriarcas y profetas, los apóstoles y las iglesias del Nuevo Testamento.

Uno de nuestros himnos bautista reza así:

Voy al cielo, soy peregrino,
A vivir eternamente con Jesús;
Él me abrió ya veraz camino,
Al expirar por nosotros en la cruz.

Voy al cielo, sois peregrino,
A vivir eternamente con Jesús.

Duelo, muerte, amarga pena,
Nunca, nunca se encontrarán allá;
Preciosa vida, de gozo llena,
El alma mía sin fin disfrutará.

E.D.A.

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