Romanos 3:20–26
Leemos en el libro de Job, el versículo 2 del capítulo 9: “… ¿Y cómo se justificará el hombre con Dios?” Es por lo tanto una inquietud que despierta desde muy remotos tiempos esta pregunta: ¿Qué debe hacer el ser humano para lograr una buena relación con Dios? Según la dispensación de la LEY, la forma venía dada por guardar la Ley, es decir; cumplir totalmente con los preceptos y reglamentos establecidos, lo que, si consideramos la naturaleza imperfecta del ser humano, luce como algo irrealizable para él, por lo cual estaría siempre en deuda, y la relación dejaría de ser correcta o adecuada.
Surge entonces otra pregunta: ¿Para qué sirve la Ley? La respuesta del apóstol Pablo es: Para que el hombre se dé cuenta de su pecado, considerando pecado toda transgresión de la Ley. “Pues en verdad la circuncisión aprovecha, si guardas la ley; pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión viene a ser incircuncisión” (Romanos 2:25).
Se echa de ver entonces, una necesidad, la cual Dios, en su infinita misericordia capta y al notar que NO HAY NINGÚN JUSTO: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que TODOS ESTÁN BAJO PECADO. Como está escrito: NO HAY JUSTO, NI AUN UNO” (Romanos 3:9-10, énfasis añadido). Dado entonces que no hay ningún justo, el Padre celestial establece la dispensación de la GRACIA, asequible a TODOS los que aceptan el don de la salvación por fe en su Hijo, Cristo, don otorgado en forma GRATUITA, dándose lo que el autor Bengel denomina “La paradoja máxima del Evangelio” y la cual podemos transcribir como que:
Dios nos mira a través de Cristo, (cuando aceptamos el don de salvación), como si nunca hubiéramos pecado. Estableciéndose entonces la siguiente correlación: LEY: lo que el hombre puede hacer. GRACIA: lo que Dios puede hacer y ha hecho por el ser humano.
Ahora bien, ¿de qué manera se realiza ese proceso?: de forma GRATUITA, no por méritos propios. “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por Su MISERICORDIA, por el lavamiento de la REGENERACIÓN y por la RENOVACIÓN en el Espíritu Santo” (Tito 3:5, énfasis añadido). “Porque por GRACIA sois salvos, por medio de la FE; y esto no de vosotros, pues es DON de Dios; no por OBRAS para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9, énfasis añadido).
El medio para ese proceso de JUSTIFICACIÓN es la FE en Cristo, su muerte y resurrección, “Yo soy el CAMINO, la VERDAD y la VIDA; nadie viene al PADRE sino por mí” (Juan 14:6, énfasis añadido), “Y Él es la propiciación de nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2), “JUSTIFICADOS pues por la FE, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor JESUCRISTO” (Romanos 5:1, énfasis añadido). Es entonces la FE, en Cristo y su sacrificio redentor, la condición necesaria para ser alcanzados por ese proceso de JUSTIFICACIÓN.
El propósito de la JUSTIFICACIÓN es: mostrar el AMOR de Dios: “Porque no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Juan 3:17).
En síntesis: Para restablecer una adecuada relación con Dios, la JUSTIFICACIÓN es necesitada por TODOS. El medio para lograrla es Cristo; la condición: la fe, y el propósito: mostrar el amor de Dios.
En conclusión, podemos afirmar con el apóstol Pablo, que el ser humano es JUSTIFICADO por FE, sin las obras de la Ley. (Romanos 3:28).
César Rodríguez Salazar