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Cuando Dios le dio a Salomón el privilegio de solicitar cualquier cosa que quisiera, pidió sabiduría y un corazón entendido, y Dios concedió su petición (1 Reyes 3: 3-13). Salomón debía tener alrededor de sólo veinte años y confesó abiertamente su falta de capacidad y experiencia para ser rey. Por supuesto, si Salomón quería disfrutar de estas bendiciones, tendría que andar en obediencia a la Palabra de Dios.
Al final de su vida, y después de escribir muchos proverbios, Salomón preguntó: “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?”, Eclesiastés 1:3. Y él mismo responde: “… Como sucederá al necio, me sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora por hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad”, Eclesiastés 2:15.
Nadie más autorizado para afirmar esto que el gran Salomón, cuya sabiduría asombró el mundo antiguo. Para ese entonces (unos 935 a.C) riquezas como la del rey Salomón jamás hubo; usó el oro como si fuera todo. Hazañas arquitectónicas como las del hijo de David nunca se efectuaron; el templo en Jerusalén fue una maravilla. Jamás se rodeó hombre alguno de tanta pompa y gloria. Si ha habido hombre capacitado para encontrar una satisfacción verdadera en la vida, ese hombre ha sido el sabio de Proverbios y del Eclesiastés.
Pero no fue así. Escuchamos sus lamentos, sus ayes. Encontrar toda la gloria del mundo no es más que un espejismo, una mentira. Dijo: “vanidad de vanidades, todo es vanidad”; es decir, pura ilusión. El hombre que lo había tenido todo en la vida, al final, cuando le había llegado el momento de recoger el fruto de sus años, concluye que todo es pura ilusión. ¿Es posible que un creyente llegue a sentirse de esta manera?
Pero, de ninguna manera nos puede conducir semejante pesimismo, dirán algunos. Es verdad, sin embargo, Salomón no se quedó en simples lamentos. El fin de su discurso es: “… Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre”, Eclesiastés 12:13.
La vida de todo lo que hay debajo del sol no es algo que de por sí se encuentre en la misma constitución del universo; es el resultado de la desobediencia del ser humano para con Dios. ¿Cómo no va a ser vano todo lo que hacemos cuando no contamos con Dios? La diferencia entre el veredicto de Salomón: “vanidad de vanidades”, y del Señor Jesucristo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”, Mateo 6:33, es la diferencia entre una vida cuyo fin es el placer temporal y una vida cuyo objeto es servir a Dios. Cuando nos dejamos guiar por nuestros sentimientos y no buscamos la voluntad del Padre Celestial, todo es vanidad, aunque seamos tan ricos como lo fue Salomón y aunque toda la gloria del mundo sea nuestra. Sólo en el Señor hay satisfacción verdadera y gloria eterna. Ningún placer, felicidad o bien es posible sin Dios. Sin Él buscar la satisfacción es una pérdida de tiempo y frustración al final de los años. ¿Quién no ha sufrido la desilusión de encontrar que aquello que pensó era el “summum bonum”, un verdadero paraíso y una felicidad infinita, no ha sido más que una fantasía que termina en lamento?
Salomón hizo un enfoque muy sincero de la vida al final de su existencia. Afirmó que la gente debe ser guiada por Dios. Valorizó el conocimiento, las relaciones, el trabajo, la diversión, el disfrute de la buena vida. Pero todo en su debido lugar. Todas las cosas temporales de la vida deben verse a la luz de lo eterno.
“Y cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios. Procuró el Predicador hallar palabras agradables, y escribir rectamente palabras de verdad. Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados son las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor. Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala”, Eclesiastés 12:9-14.
E.D.A.
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