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Cuando se vive en una sociedad corrompida, el ambiente se siente hostil e incómodo, como envenenado y es fácil desmayar. Permanentemente, la injusticia y la corrupción arremeten contra el ser humano. Nos quedamos disconformes cuando alguien sufre una injusticia y mucho más cuando somos víctimas inocentes. Cuando ello sucede, nos gustaría que Dios intercediera inmediatamente a nuestro favor. Pero la forma que tiene Dios de actuar es diferente; el Señor promete hacer justicia, juzgar los errores y aciertos de toda la humanidad (2 Corintios 5: 10).
A través de la parábola que contó Jesús sobre el juez y la viuda, se propuso alertarnos sobre la oración perseverante (Lucas 18: 1-8). En dicha parábola encontramos que la perseverancia nos pone en contacto con Dios para que podamos continuar en cualquier día difícil.
Resumimos la parábola con los tres últimos versículos 6, 7 y 8: “Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”, Lucas 18:6-8.
¿Usted se ha dado cuenta de lo mucho que depende de la misericordia de Dios? El Señor de nuestras vidas siempre hace las cosas bien y está lleno de compasión por los creyentes que sufren injustamente. Así tarde en contestar, lo hace con una buena razón (Habacuc 2: 3), y al actuar su justicia no faltará. “¿Hallará fe…?” Esto indica que la fe verdadera escasea y es poco común encontrar bajo el cielo gente comprometida con Dios.
Ahora bien, hay que tomar en cuenta que la Escritura no nos insta a “hostigar a Dios” hasta que Él actúe; claramente nos enseña que no nos desesperemos porque Dios está en control de nuestras vidas (Mateo 6: 25-34). En esta parábola sobre la perseverancia en la oración, Jesús contrasta (no compara) al juez egoísta y el Padre Celestial. Son diametralmente opuestos. Nuestro Dios-Padre está bien definido, como por ejemplo, en el Salmo 103: 1-6, 13-18. Por difícil que sea nuestra vida, siempre podremos contar con su bendición.
Nótese en la parábola que la mujer viuda no tenía abogado, pero los creyentes tenemos un Sumo Sacerdote: “… abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, 1 Juan 2: 1. Ella tampoco tenía promesas que reclamar, pero nosotros tenemos en la Biblia un sin fin de promesas que podemos reclamar (2 Corintios 1: 20). Además, esta mujer viuda era extranjera, pero nosotros somos hijos de Dios (Juan 1: 11-13). Todos los que aceptan a Cristo como Salvador y Señor de sus vidas renacen espiritualmente y reciben la paternidad de Dios.
Ahora bien, si un juez impío finalmente satisfizo las necesidades de una viuda pobre y desamparada, ¿cuánto más el Amante Padre Celestial suplirá las necesidades de sus hijos por la fe que claman a Él?
E.D.A.
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