
Sin darnos cuenta, hemos sido enseñados a pensar que las personas más importantes son los deportistas, los actores de películas, los músicos sobresalientes, los teólogos y escritores, los estadistas de gobiernos políticos, los locutores de radio y televisión; en fin, aquellos que aplaudimos o admiramos y les pedimos un autógrafo. Pero no siempre lo son.
Saúl era una de esas personas que todo el pueblo de Israel aplaudía. Un hombre alto, fuerte, atractivo; un líder durante el crítico período de transición entre los jueces y la monarquía hebrea. Además, llegó a ser el primer rey de Israel. Samuel vio en Saúl al hombre que habría de unir al pueblo y salvarlo de los filisteos. Pero Samuel se entristeció cuando Dios rechazo a Saúl a causa de su desobediencia. Entonces dijo Dios a Samuel en referencia a David: “…No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”, 1 Samuel 16:7.
Samuel necesitó que se le recordara que el ungido de Dios no iba a ser escogido por su apariencia física, indicándole que la vida del creyente será un reflejo de su corazón (véase Mateo 12: 34, 35). Dios escogió a David, no por su apariencia, sino por su fe, gozo y obediencia genuina hacia Él. Le enseñó el gran contraste entre Saúl y David, y lo hace así, como lo dice 1 Samuel 15: 35, porque Samuel, el primero de los profetas, había estado llorando a Saúl.
David pasó al primer plano de la historia cuando mató al gigante Goliat, y el pueblo de Israel celebró la victoria cantando: “¡Saúl derrotó a sus miles! ¡Y David a sus diez miles!”, 1 Samuel 18:7. Pero aunque la popularidad de David creció vertiginosamente debido a su inmensa valentía, Dios lo bendijo grandemente por ser un creyente según el corazón de Dios y a la manera de Dios (1 Samuel 13: 14).
¿Qué clase de persona escoge y utiliza Dios? Él busca ciertas cualidades, las mismas que halló en David.
La primera cualidad es la ESPIRITUAL. Esto significa ser una persona cuya vida esté en armonía con el Señor; que lo que es importante para Él, lo es también para él o ella; que lo que le preocupa a Dios, también le preocupa a él o ella. Que cuando lea en las Escrituras: “Esto está mal y quiero que cambien”, el creyente lo acepté gozosamente. Esto lo confirma un versículo que encontramos 2 Crónicas: “Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él…”, 2 Crónicas 16:9. ¿Qué está buscando Dios? Hombres y mujeres que sean íntegros para con Él, que se den por entero a Cristo.
La segunda cualidad que Dios busca en la persona es la HUMILDAD. Es como si Dios dijera: “A mí no me interesa para nada toda apariencia, toda popularidad pública; no me interesa si tiene mucho carisma, un historial religioso impresionante; a mí lo que me interesa es que tenga un carácter sincero, una personalidad tan grande como cuando admite su pequeñez, su necesidad espiritual, su eterno amor por mí obra” (Mateo 5: 3). Lo opuesto a la autosuficiencia es la humildad.
La tercera cualidad que Dios busca en la vida de la persona es la INTEGRIDAD. Los sinónimos de esta palabra son: completo, cabal, sencillez, incólume, honorable, virtuoso. Integridad es lo que uno es cuando nadie lo está observando. Significa ser honesto hasta los tuétanos.
Hoy vivimos en un mundo que dice de muchas maneras: “Si logras dar una buena impresión eso es lo único que importa”. Pero el cristiano jamás será una persona basada en esa filosofía humana. ¡Jamás! Saúl era un hombre de apariencia, fingía ser lo que no era. David, por el contrario, era un creyente conforme al corazón de Dios, es decir, quien tiene la voluntad de agradar al Señor. Dios siempre bendice y utiliza sin tardanza al que le es obediente, al paciente, al que guarda sus mandamientos en lugar de tenerlos por poca cosa. Dios siempre se concentra en las cualidades internas, en eso que necesita tiempo y disciplina cristiana.
E.D.A.