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“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación…Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos…”, Mateo 5: 4, 12.
El Señor Jesús empezó su sermón con palabras que aparentemente se contradecían. Pero la forma en que el Señor quiere que vivamos muchas veces contradice a la del mundo. Si queremos vivir para Dios debemos estar dispuesto a decir y hacer lo que para el mundo parecerá raro. Un día recibiremos todo lo mejor, mientras los otros terminarán sin nada.
La palabra bienaventuranza significa bendición y procede de la palabra latina para bendito. Por lo tanto, cada bienaventuranza es lo mismo a “Bendito los que…”. Las mismas varían en formas y circunstancias y se dirigen primordialmente a los discípulos. Sin embargo, son de aplicación y enseñanzas para todos los cristianos que se adhieren a Jesús como su Señor.
“Bienaventurados los que lloran” se refiere especialmente a la tristeza sincera del creyente con respecto a su condición espiritual delante de Dios. Conlleva la idea de no ser mejores creyentes, más consagrados, no llegar al nivel que Dios espera de sus hijos en la fe. Pablo se lamentó con tristeza piadosa cuando en ocasiones tenía conflictos interiores respecto a ser cada vez más santo (véase Romanos 7: 15-24).
Cada creyente debe percibir su propia flaqueza espiritual cuando ve la santidad de Dios y la perfección de su carácter. Sin embargo, el creyente sincero se propone “morir” cada día a todo aquello que entristece a Dios y esto trae como consecuencia que reciba consolación, fortaleza, avivamiento en su alma.
Por lo tanto, no se trata del llanto producto de un dolor físico sino espiritual. Por ejemplo, ¿qué hubiera sido de Abraham negándose a ir al monte Moriat? ¿José, hijo de Jacob, sin ser vendido por sus hermanos y que no obstante les perdonó? ¿Daniel negándose a cumplir moralmente con la ley de Dios? Fue la obediencia y el “llanto” de esos y otros personajes gloriosos lo que les hizo tener una grandeza mediante la sumisión a Dios. Los grandes caracteres de la Biblia que tanto nos inspiran proceden de hombres y mujeres “que lloran y recibirán consolación” por descubrir la misión, el deber y el compromiso con el Señor. Esto hay que asociarlo con la bienaventuranza que estamos tratando.
En verdad, cuando alguien padece por Cristo en la carne, es bienaventurado. Cuando se sufre por glorificar a Dios y no se avergüenza del Evangelio, está siguiendo las pisadas de la segunda bienaventuranza. Como lo mencionó Pablo, deberíamos gozarnos en que somos participantes de las aflicciones de Cristo (Gálatas 6: 17).
Antes de finalizar, prestemos atención al precio de la fidelidad: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”, Mateo 5:11-12. “Gozaos…alegraos…” ¡Qué recompensa y gloria espiritual es ésta! ¿Son sus actitudes cristianas una copia de las bienaventuranzas del sermón del monte? Entonces usted es un gran BIENAVENTURADO o bendito por Dios.
E.D.A.
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