La hora de la fe | #148


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Es sorprendente ver la cantidad de comentarios, videos, noticias, fotos, de experiencias que se difunden a través de las redes sociales. Hay de todo: bueno y malo, verdadero y falso. WhatsApp, Facebook, Twitter y mensajería de texto permiten transmitir cualquier cosa. Hay una mezcla de dolor y alegría, desconfianza y fe, nerviosismo y tranquilidad. Se encuentra confusión y realidad. Hay para todos los gustos y maneras de pensar. ¡Pero hay exceso de amarillismo, frivolidades y extravagancias! ¿No es verdad?

¡Cuántos cristianos sinceros están siendo atrapados por las redes sociales con trampas, engaños, por mentes enfermas de celos e ira! ¿Qué no se ha dicho acerca del fin del mundo, de las iglesias prudentes ante el Covid-19, de profecías infundadas? Y todavía peor: descalificaciones cristianas, controversias personales, pensamientos extraños a la fe cristiana, interpretaciones prejuiciadas, censura, crítica.

El cristiano debería tomar en serio estos pensamientos del apóstol Pablo:
“Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna”, 1 Corintios 6:12.
“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”, 1 Corintios 11:16.
“Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas”, 2 Timoteo 2:23.

La iglesia, aunque jamás ha estado completamente libre de defectos, es la institución que mantiene este mundo libre del desastre total. Nunca tendremos la iglesia tal como debiera ser; sin embargo, si no trabajamos unidos y velamos como cuerpo de Cristo por lo verdadero y lo puro, se puede caer en la trampa de las mentes maquiavélicas, o en las redes teológicas de líderes religiosos que muy poco aportan a la estabilidad y bienestar de la iglesia local.

Nosotros, los que predicamos a Jesucristo (1 Corintios 1: 23), no debemos prestar atención a tanta “madera, heno, hojarasca”, (1 Corintios 3: 12), sino a edificarnos con “oro, plata, piedras preciosas”, (1 Corintios 3: 12). Lecturas como las de Romanos 8: 31-37, en la “traducción en lenguaje actual”, dice: “Sólo nos queda decir que, si Dios está de nuestra parte, nadie podrá estar en contra de nosotros. Dios no nos negó ni siquiera a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, así que también nos dará junto con él todas las cosas. ¿Quién puede acusar de algo malo a los que Dios ha elegido? ¡Si Dios mismo los ha declarado inocentes! ¿Puede alguien castigarlos? ¡De ninguna manera, pues Jesucristo murió por ellos! Es más, Jesucristo resucitó, y ahora está a la derecha de Dios, rogando por nosotros. ¿Quién podrá separarnos del amor de Jesucristo? Nada ni nadie. Ni los problemas, ni los sufrimientos, ni las dificultades. Tampoco podrán hacerlo el hambre ni el frío, ni los peligros ni la muerte. Como dice la Biblia: «Por causa tuya nos matan; ¡por ti nos tratan siempre como a ovejas para el matadero!» En medio de todos nuestros problemas, estamos seguros de que Jesucristo, quien nos amó, nos dará la victoria total”.

¡Qué lectura tan preciosa y poderosa! Tenemos que confesar que no se puede leer este pasaje sin una sonrisa. ¡Qué seguridad nos da! ¡Cuánta confianza transmite! Si lo principal que nos mantiene en carreras fuera lo que encontramos en nuestros televisores, radios, teléfonos, computadoras, seríamos de los más dignos de conmiseración de todos los hombres.

Alguna vez alguien contó cada promesa bíblica y arribó a la cifra sorprendente de casi siete mil quinientas. Los cristianos debemos apropiarnos de muchas de esas promesas de la Palabra de Dios. La Biblia no es un libro de desastres, desencuentros, temores, acusaciones, condenación, sino todo lo contrario. Su énfasis es el Evangelio de paz, reconciliación, amor, perdón, salvación, vida eterna con Dios (Romanos 1: 16, 17).

En el momento que David escribió el Salmo 60, estaba rodeado de enemigos; sin embargo, confió en que Dios lo ayudaría a vencer: “Danos socorro contra el enemigo, Porque vana es la ayuda de los hombres. En Dios haremos proezas, Y él hollará a nuestros enemigos”, vv. 11-12.

E.D.A.

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