Todos sabemos que la decepción siempre trae consigo un poco de tristeza y dolor, y generalmente tiende a despertarse cuando una persona incumple las expectativas de otra persona con respecto a su comportamiento o en algún acontecimiento.
Ese sentimiento es más fácilmente provocado por personas que queremos o admiramos, y esto es, porque hemos puesto esperanzas en ellos, pasa con la familia y amigos.
Sin embargo, tenemos que comprender que vivimos en un mundo caído, con personas imperfectas y pecadoras que tarde o temprano pueden fallar, por lo tanto: esperar lo mejor de los demás es bueno, pero esperar que no se equivoquen, en la mayoría de las ocasiones, podría ser injusto. Nos conviene entonces; 1. Recordar eclesiastés 7:20 “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”, para cubrir con perdón más rapidamente las heridas hacia nosotros infringidas; 2. Acercarnos a Dios y permitir que Él provea consuelo a nuestro corazón, ”Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones”; y 3. Reconocer que la tristeza podría en ocasiones sernos de provecho, “Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón” Eclesiastes 7:3.
Y al contrario, evitar que; la decepción haga raíz en el corazón y pase a resentimiento. Al pensar una y otra vez en aquella persona que nos falló y nos causó disgusto o dolor en el pasado, nuestra decepción puede convertirse en enojo. Esta actitud arrebata nuestra paz y rompe nuestra comunión con Dios. Debemos trabajar para superar esta situación. Eclesiastés 7:9 nos dice “No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios”.
En quién debemos depositar toda nuestra admiración, esperanza y entrega es en Dios y en su hijo Jesucristo, considerando que Él nunca nos falla, es Fiel y Digno de toda nuestra confianza. Así que, esforzarnos de manera genuina en amar y perdonar, siendo de este modo semejantes a Cristo en su carácter y confiar en que todas las cosas, incluso las decepciones, obran para el bien de los hijos de Dios, nos ayudará a manejar decepciones del pasado, del presente y del futuro.
Diana Gámez