Esperanza para la vejez


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El ser humano en su ciclo vital, luego de una época de total dependencia, se desarrolla, alcanzando la madurez que le permite tener el control de sí mismo, la cual transcurre en una etapa de meseta hasta que comienza un período en el cual sus funciones declinan al punto de pasar a ser dependientes, sobre todo los más longevos; alguien dijo por ello: “todos quieren vivir muchos años, pero nadie quiere llegar a viejo”. En ese contexto se ha dicho también que “al envejecer, pasamos de la pasión a la compasión”.

En atención a ese aspecto de la vida humana, la Biblia le dedica el capítulo 12 del libro de Eclesiastés; leemos en los versículos 1 al 3: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: no tengo en ellos contentamiento; antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia; cuando temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombros fuertes, y cesarán las muelas porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por las ventanas”; describe así, en forma poética lo que ocurre en el cuerpo humano que pasa por el proceso de envejecimiento natural.

La Palabra de Dios se ocupa también en el Salmo 71 de esa etapa de la vida humana; dicho Salmo muestra un cuadro de ESPERANZA PARA LA VEJEZ. Cuando luego de su largo trajinar, el ser humano llegara a sentirse desvalido, tiene la seguridad de un refugio confiable en el Padre celestial a quien considera su roca y fortaleza (versículo 3), en el cual ha depositado su ESPERANZA (versículo 5), dedicando por tanto toda su alabanza al Señor (versículos 6 y 8). Reconoce que el Señor lo apoyará cuando hayan mermado sus condiciones físicas a causa del natural proceso de envejecimiento: “Cuando mi fuerza se acabare, no me desampares”.

En demostración del agradecimiento albergado en su corazón, le ofrece alabanza y dar testimonio de lo que el Señor ha hecho en su favor: “Mi boca publicará tu justicia” (versículo 15); busca formas de exaltar el nombre del Señor utilizando instrumentos musicales y con cánticos emitidos por él. Deja constancia clara de que Dios es poderoso y digno de suprema alabanza y ratifica lo que había declarado en ocasión anterior: “Dios es el que me ciñe de poder y quien hace perfecto mi camino” (Salmo 18:32).

Ante la petición de ayuda satisfecha, expresa su anhelo por un propósito para la vida mediante una estrecha relación de dependencia con el Señor y un sentimiento profundo de agradecimiento que motiva su alabanza y adoración.

A nuestros “adolescentes que han vivido muchos años” les decimos con el escritor francés André Maurois, que: “el arte de envejecer consiste en conservar alguna esperanza”. Agradezcan a Dios haberles permitido llegar al “atardecer de su existencia” y estar en la que han denominado “Edad Dorada”, y si durante los años mozos se ocuparon de “cultivar su jardín” habiendo sido buenos mayordomos de lo que el Señor les concedió, ahora les toca cosechar y hacer una realidad la seguridad de la ESPERANZA de que Dios les será propicio, teniendo plena conciencia de la transitoriedad del ser humano y la eternidad de Dios; dice el gran profeta Isaías en el capítulo 30, versículo 18: “Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; BIENAVENTURADOS TODOS LOS QUE CONFÍAN EN ÉL” (énfasis añadido). Alguien ha dicho: “La vida más elevada es aquella que habiendo hecho todo, ESPERA”. Internalicen la promesa bíblica: “Joven fui, y he envejecido y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Salmo 37:25).

                                                                                   César Rodríguez Salazar

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