La hora de la fe | #233


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En la más oscura noche de la vida siempre hay una luz que ilumina el sendero de aquellos que tienen su confianza puesta en Dios. Cantar en las horas felices, cuando todo nos sonríe, es fácil y lo hacemos todos los días. Cantar y vivir durante el dolor y la tristeza, ya es muy distinto. Todos queremos vivir sin temor, sin dolor, sin riesgos, sin tinieblas en la mente. Sin embargo, hay muchos momentos que nos envuelven las oscuras sombras de pánico.

El salmista nos habla de las ventajas de tener fe en Dios; nos dice cómo Dios guarda los pensamientos y las acciones de quienes siguen sus mandamientos. No sabemos quién escribió el Salmo 112, pero quien haya sido nos advierte que nuestros temores, aún el de la misma muerte, se desploman cuando permitimos que Dios obre en nuestra vida. Dice: “Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, Y en sus mandamientos se deleita en gran manera. Su descendencia será poderosa en la tierra; La generación de los rectos será bendita. Bienes y riquezas hay en su casa, Y su justicia permanece para siempre. Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos; Es clemente, misericordioso y justo”. “No tendrá temor de malas noticias; Su corazón está firme, confiado en Jehová. Asegurado está su corazón; no temerá, Hasta que vea en sus enemigos su deseo”. “Lo verá el impío y se irritará; Crujirá los dientes, y se consumirá. El deseo de los impíos perecerá”, Salmos 122: 1-4, 7, 8, 10.

Estos versículos nos hablan del gran Padre celestial y describe cosas maravillosas para sus hijos. Observamos que la persona piadosa puede sufrir a causa de los deseos impíos de algunos hombres, pero no será abandonado por Dios; las iniquidades y maldiciones de los malos no pueden privarle de la bendición de Dios. Cuando Él bendice al que se deleita en sus mandamientos, nada ni nadie puede cambiarlo. El temor de Dios y el andar rectamente es una de las altas bendiciones que el creyente puede experimentar.

Es verdad, como bien lo dijo el salmista anónimo, en tanto que estamos en la tierra estamos sometidos a una triple “oscuridad”: la oscuridad de las tinieblas, la oscuridad de la aflicción y la oscuridad de lo desconocido. Para disiparlas, Dios nos visita con su Santo Espíritu, como una triple luz: la luz de la verdad, la luz de las promesas y la luz del consuelo. “Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos; es clemente, misericordioso y justo”.

Comparemos la dicha de los piadosos con el crujir de dientes de los malos. Por ejemplo, Moisés con el mar Rojo delante y los enemigos egipcio detrás (Éxodo 14: 13); el rey Josafat de Judá delante de los amonitas invasores (2 Crónicas 20: 12, 15, 17); el rey Asa de Judá ante el etíope con un millón de hombres y trescientos carros de guerra (2 Crónicas 14: 9-12); la confianza de David en Dios con los sentimientos perverso de Saúl. ¡Qué confianza aquellos tres jóvenes ante el horno encendido por Nabucodonosor! ¡Qué valeroso Esteban delante del concilio religioso judío!

Como bien lo dijo nuestro Salmo: “Lo verá el impío y se irritará; Crujirá los dientes, y se consumirá. El deseo de los impíos perecerá”, v.10. Este último versículo expresa de modo bien potente el contraste entre el justo y el impío, haciendo la bendición de la persona creyente en Dios más notable. Puesto el uno frente al otro, ¿quién sale ganando? ¿Quién es el bienaventurado? ¿Quién se goza al final?

E.D.A.

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