La hora de la fe | #311


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La culpa es un sentimiento bastante doloroso. En realidad, puede convertirse en una gran desesperación. David se estaba sintiendo culpable por cuanto había dejado que el maligno le creara problemas a Israel. Fue cuando decidió hacer un censo del pueblo israelita, desagradando a Dios.

En 2 Samuel 24:14 hallamos lo siguiente: “Entonces David dijo a Gad: En grande angustia estoy; caigamos ahora en mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas, mas no caiga yo en manos de hombres”.

Según el versículo anterior, se dio a elegir a David entre tres posibles castigos por su error de censar al pueblo: 1) tres años de hambre en Israel; 2) tres meses de huir de sus enemigos; 3) o tres días de pestilencia en la tierra. Hambre, espada y peste eran los castigos del Señor en el A.T. para su pueblo cuando pecaba (Levítico 26:23-26; Deuteronomio 28:21-26; Jeremías 14:12).

“Caigamos ahora en mano de Jehová”. David sabía que el Señor sería compasivo, de modo que escogió la tercera opción antes de caer en las manos de los hombres. ¡Qué gran elección!

Pregúntese si usted de siente culpable. De serlo, entonces debe saber que hay esperanza para que pueda vencer su culpa. Tanto David como los israelitas fueron culpables de pecado (2 Samuel 24:1). Sin embargo, Dios trató con él y la nación entera de Israel con misericordia. Cuando usted caiga en un gran error, un pecado o en alguna de las obras de la carne, vuélvase a Dios. El ser disciplinado por Él es mucho mejor que caer en la desesperación.

Entonces, ¿cómo debemos reaccionar frente al error? David nos lo cuenta así: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tu perdonaste la maldad de mi pecado. Por eso orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado; ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él. Tu eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación de rodearás”, Salmo 32:5-7.

Debemos confesar nuestras faltas sin demora, con humildad y arrepentimiento. Al hacerlo nos apropiamos de la misericordia y el perdón de Dios, olvidando también el error confesado y alegrarnos por la gracia del Padre, que siempre nos ofrece amor, paz y perdón, “… y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades”, Hebreos 8:12.

La Palabra de Dios nos recuerda: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiera pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, 1 Juan 2:1. A las personas que se sienten culpables y condenados el Señor Jesús fes ofrece confianza y esperanza, perdón y victoria. ¡En Cristo hay esperanza para vencer la culpa y la desesperación! “Dios es amor”, Juan 4:8. Si de veras conocemos a Dios, debemos confiar en Él, siendo agradecidos y alegrándonos por la bondad que todavía nos ofrece hoy. Es Cristo quien nos libra de toda culpa. Es Él quien nos justifica ante el Padre celestial.

Él dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”, Mateo 11:28.

E.D.A.

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