La hora de la fe | #383


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Jamás debemos subestimar pasajes bíblicos ampliamente conocidos, compartidos, oídos y memorizados como el siguiente: «Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga», Mateo 11: 28-30. Ningún libro religioso; ningún personaje histórico; ningún sabio conocido ni por conocer, podrá jamás decir algo parecido a lo que acabamos de leer.

La humanidad desde tiempos inmemoriales ha emprendido una cruzada para matar su propia felicidad (si quiere unos ejemplos vea Génesis 6 donde leemos que Dios se arrepintió de haber hecho al hombre, y Romanos 1:18-32 acerca de la pecaminosidad de la homosexualidad, tan de moda en el día de hoy). Sin embargo, el Señor Jesús le ha dado al mundo emoción, alegría y esperanza con lo mencionado por el evangelista Mateo.

Si alguna vez este mundo triste y arruinado ha tenido necesidad urgente de acudir a Cristo es ahora. Se necesita una promesa de descanso para el alma como la hecha por el Señor. Quien busque esperanza para continuar resistiendo en esta hora, esperanza para no perder el equilibrio, esperanza para ver cumplidos sus sueños no tiene otra alternativa que aceptar la invitación de Cristo.

Ese ofrecimiento del Señor es maravilloso. Es un regalo de Dios para todos. Una fuente de fortaleza y ánimo frente a las pruebas más duras de la vida. Cuando estamos atrapados en el túnel de la miseria, atareados y exhaustos, desalentados, confundidos, enfermos, desempleados, rechazados, abandonados, o dándole el último adiós a un ser querido, debemos acudir al Señor. Su invitación no es meramente una opción buena que nos ayuda temporalmente; es indispensable para nuestra supervivencia y mucho más indispensable para la vida eterna.

Este es un momento crucial para todos los «trabajados y cansados». ¡Qué maravilloso para todos cuando enfrentamos tiempos de dificultad recibir la invitación divina: «Venid a mi… y yo os haré descansar»

Estar unidos al yugo de Cristo es la bendición más grande a la que podemos aspirar. Un yugo es un instrumento de madera que se pone sobre los bueyes; se les coloca para que arrastren una pesada herramienta sobre la tierra, a veces dura y llena de piedras. La metáfora del yugo que Jesús ofrece es de ayuda para las personas que están cargadas de dificultades, pero juntamente con su colaboración, es una ayuda productiva con propósito que paradójicamente, produce descanso.

¡No se ha levantado y/o nacido de mujer otro mayor que Jesucristo! ¿Ha experimentado usted ese descanso al que le invita con tanta delicadeza y humildad el Hijo de Dios? «Yo os haré descansar», dice. Esto puede interpretase, entre otras muchísimas cosas, reposo para la conciencia, perdón para el error o el pecado, providencia divina para el necesitado, paz para el espíritu atormentado, etc. El mayor bien es el Fiel y Verdadero, el de aquel que dijo: «Al que viene a mí, no le echo fuera», Juan 6:37.

E.D.A.

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