La hora de la fe | #402


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En esta ocasión nos ocupamos de un tema vital del Evangelio: Leales a Cristo por encima de todo.

En su tercer sermón desde el día de Pentecostés, Pedro, acompañado de su colega Juan, dio ante el Sanedrín un recital sobre la abundante vida y ministerio del Señor Jesús.  El Concilio sabía que ambos apóstoles carecían de estudios y estaban sorprendidos de lo que decían de Jesús y lo que hacían con la gente necesitada de todo bien físico, material y espiritual (Hechos, capítulos 2 al 4).

Después de batallar en cuestiones religiosas y políticas, los sacerdotes, saduceos, escribas, fariseos y ancianos judíos, todos enemigos de Jesús y de los apóstoles, dijeron: «Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús»,  Hechos 4:13.

Aquí vemos con toda claridad el ataque de los enemigos del Evangelio: desprecio. Consideraban vulgares a Pedro y Juan, hombres que no tenían ninguna clase de preparación. «Vulgo» quiere decir que eran hombres sin calificación religiosa. A menudo le es difícil a los creyentes sin preparación teológica enfrentarse con los que presumen de intelectuales. Pero el que tiene a Cristo en su corazón, tiene una dignidad que no se obtiene en la universidad, ni en los seminarios, ni la otorgan las religiones (1 Corintios 1:18-25). Aquellos intelectuales políticos y religiosos no tenían nada que argumentar ni nada que replicar a aquellos «hombres (de Dios) sin letras y del vulgo». Sin embargo, «… se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús». Sí, al verlos, exclamarían inmediatamente: «Estos estuvieron con Jesús en el sermón del monte. Estuvieron con Jesús en el monte de la transfiguración y en el aposento alto. Estuvieron con Jesús en Getsemaní.  Estuvieron con Jesús cuando Él resucitó. Los vimos cuando Jesús les dio la gran comisión». Así, posiblemente, se expresarían aquellos eruditos de los valientes Pedro y Juan. Por el brillo de sus ojos, por sus rostros serenos, por el denuedo o valor y valentía, aquellos ilustres del Sanedrín pudieron deducir que habían estado con Cristo, llevando la cruz del discipulado cristiano. Quienes habían llevado a los apóstoles para una investigación, ahora se maravillaban de la elocuencia de su defensa, en especial porque reconocieron en ellos a personas sencillas, parte del pueblo común que no tenían formación religiosa profesional.

Un cristiano debe ser un fiel retrato de Jesús de Nazaret. La mejor biografía de Cristo para el mundo es la biografía viviente, grabada en las palabras y en los hechos de sus seguidores. Todo cristiano debería ser un retrato de Cristo, semejante a Él, no igual a Jesús. ¡No hay ni habrá otro como Jesús, pero todos debemos imitarlo! Mostrar a Jesús en nuestro diario vivir, es lo que más busca el Señor. Jesús se negó a sí mismo, no mirando nunca su propio interés. Nosotros debemos hacer lo mismo. Fue piadoso, paciente, amoroso, perdonador, se sometió a la voluntad del Padre. Aprendamos también nosotros a hacer lo mismo.

Cristiano: nunca deje de testificar de Cristo (Romanos 1:16,17). En estos días de constantes pleitos e incesantes injusticias, el mandato de Jesús es que seamos reconciliadores y la mejor manera de mostrar a Jesús, es testificando de Él, como lo hicieron Pedro y Juan, con palabras y ejemplos propios de un cristiano consagrado a Dios.

E.D.A.

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