La hora de la fe | #432


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La conversación de Jesús con los doce apóstoles cuando les anunció que el que le traicionaba estaba en la mesa con ellos, dio lugar a dos preguntas (Lucas 22:21-30). Cada uno preguntó «¿soy yo?», lo cual significa que esperaban una respuesta negativa del Señor. Luego discutieron acerca de su prestigio en el Reino, sobre quien sería el mayor entre ellos. El Señor no les dijo a sus discípulos quien sería el traidor, aunque de los relatos de Marcos y Juan concluimos que este discípulo es Judas Iscariote.

Sin embargo, el acontecimiento más importante de esta historia, después del partimiento del pan y el ofrecimiento de la copa, es lo que Jesús les dice: «Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve», Lucas 22:25-27. ¿Por qué los discípulos empezaron a debatir respecto a quién sería el mayor cuando Jesús terminó de lavarles los pies (Juan 13) y de hablar de su supremacía en lugar de probar su lealtad al Señor? Aunque los discípulos no entendieron lo que Jesús quiso decirles, excepto Judas que sí lo sabía, demostraron más preocupación por su fama que amor por el Señor. Por supuesto, lo entendieron después de la crucifixión de Jesús.

Cualquiera que haya sido su confusión o razón, su actitud fue la del mundo, donde la competencia en lugar de la cooperación y el servicio son más importante para el éxito. No comprendieron que en la obra del Señor la grandeza se mide por cuánto se sirve y no por cuánto me sirven. Sus preocupaciones estaban en el cargo, en la fama y en el poder; dejaron de mirar al sirviente Jesús para mirarse a sí mismos. Durante su ministerio el Señor les enseñó que la gloria más grande estaba en el servicio (Juan 13:13-17), sin embargo ellos optaron por el camino equivocado.

La base del cristiano es el servicio eficaz en amor y humildad. El servicio y el compromiso con el Señor es la verdadera insignia que Él quiere que exhibamos. Cuando uno se dirige a Dios con el deseo de amarlo de corazón, Dios dirige su atención a Cristo como el Siervo por excelencia y a la necesidad de la humanidad. Puede que no haya grandes obras que hacer, algún milagro que realizar, o algún don llamativo a los ojos de los demás, pero a cada instante tenemos cosas que hacer de un modo excelente, para que el Padre sea glorificado por medio del Hijo y de nosotros (Colosenses 3:17). Si Jesucristo es el Señor, entonces el cristiano se vuelve a Dios deseando servirle. Lamentablemente, es posible ser salvo y sin embargo no servir al Señor.

El siervo no se limita a tener dones y talentos, a permanecer fiel en la iglesia local, a cumplir con un esfuerzo determinado o semejante a una terea cumplida. El servidor de Cristo ofrece lo mejor de su vida, se torna productivo en obras y palabras, y establece una diferencia con los del mundo en humildad y amor al Señor.

E.D.A.

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