Somos más ganadores que perdedores


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Me siento privilegiada. Durante un tiempo largo de mi vida busqué incansablemente la solución a mis necesidades espirituales y físicas en mi propia conciencia. Pensaba que con tener una o dos profesiones, un carro, una casa, un esposo e hijos sería exitosa en la vida. Todo esto pasó durante tres décadas, y a pesar que casi todo lo había logrado, no era feliz ni me sentía completa: había un vacío.

Al tener un quebranto grande llegué a los pies de una verdad absoluta: JESUCRISTO. Juan 16:13 llegó a mí: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”. A partir de ese momento no planifiqué ya con ahínco y desespero, sino que todo lo consultaba con mi asesor: Dios. Comencé a tener paz y a tener fuerzas para defender lo que apenas conocía.

¡Sí, fueron tiempos difíciles! Porque perdí cosas que me había costado tener, incluso el cariño de personas. Cada día debía estar más aferrada a lo que esas palabras recién leídas me prometían, caminaba y solo repetía versículos que me infundían confianza y fuerza: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4.13), “…conocerán la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8.32-DHH).

Dios nunca prometió que no tendremos problemas, pero sí que nos acompañará si seguimos su camino. “Como el padre compadece a sus hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:13, 14).

Ahora bien, ¿por qué en los momentos de turbulencia dudamos del poderoso amor de nuestro Padre? ¿Por qué sentimos temor? ¿Podría ser la respuesta en nuestra naturaleza humana y pecadora? Pero hasta este comportamiento nuestro Dios lo conoce, porque antes de que naciéramos ya él lo sabía. Y nos habla de eso en su palabra. Para mí como a la mayoría, no fue fácil durante un tiempo de batallas, sin embargo, al poco tiempo comencé a sentir que todo cambiaba a mi favor porque ya no sentía miedo a quedarme sola, en esos momentos me sentaba a reflexionar y sentir paz. Una sensación extraña me embargaba y muchas cosas tenían sentido del porqué habían pasado. Me imaginaba una película de mí, el antes y el después. Para mi sorpresa estaba ahora con Dios mejor que nunca, Él me sostenía. 

Pero, ¿saben qué es lo mejor y qué me hace aún más feliz? Es que todo lo que me ha regalado ha sido por su amor y que, aunque trabajé mucho, nunca ha sido merecido. Solo por su amor y misericordia y aún mejor, en el cielo tendré más.

Dilis González de Sánchez

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