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El libro de Job es el esfuerzo supremo que el Antiguo Testamento hace para aclarar el gran misterio del sufrimiento. Que el libro sea historia o que sea poesía, nada tiene que ver. Lo que importa es la luz de inspiración divina que arroja sobre el más intrincado problema que conmueve el corazón humano.
Job recibe golpe tras golpe. Mueren sus hijos. Siendo muy rico, lo pierde todo, absolutamente todo. El golpe supremo se lo da Satanás cuando le envía una sarna que lo atormenta desde la planta del pie hasta la mollera. Job desea morir y maldice el día en que nació. Su mujer se burla de él. En verdad, nunca se había visto un dolor como su dolor. Con razón sus amigos más queridos lo visitan y tratan de consolarle, pero cuando lo ven tan angustiado, guardan silencio por espacio de siete días.
Pero le restaba un sufrimiento aún mayor. Estos amigos, más adelante, no le comprenden. Le arrojan reproche tras reproche. Creen que sus sufrimientos obedecen a la ley del pecado. Creen que ha cometido un gran pecado. Le llevan al borde de la desesperación. No es que quieran atormentarle más y más; es que juzgan el caso de acuerdo con su teología, religión y naturaleza humana.
Pero Job era recto, temeroso de Dios y apartado del mal. El escritor inspirado por Dios lo llama un hombre perfecto. Si Job hubiera tenido la luz que nosotros como cristianos gozamos hoy, si hubiera leído el Nuevo Testamento y conociera el aguijón de Pablo, le habría sido más fácil resolver su problema.
¿Por qué actualmente tantos cristianos no se percatan que Dios, en su misericordia, no es el inventor del mal, de la enfermedad y de la tentación? He aquí una lección profunda para todo el mundo: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación», Santiago 1:17.
A menudo las personas que viven para Dios se preguntan por qué tienen que padecer enfermedades, pérdidas económicas, tentaciones y tantas otras cosas que generan angustia. ¿Es Dios el culpable? Ciertamente Dios prueba y permite que los creyentes pasen por el fuego de la prueba. Permite que ciertos males o situaciones difíciles nos alcancen a fin de refinar nuestra fe y ayudarnos a que crezcamos en nuestra dependencia de Cristo. Pero Él no promueve el adulterio, el robo, el crimen, el hambre, la esclavitud, el racismo, el falso testimonio, la codicia, la murmuración, la injusticia, el divorcio, la lujuria, etc. ¡Dios es amor! Dios puede crear o permitir aquello que es para edificación de su pueblo y para producir el carácter de Cristo en cada cristiano, pero ninguna cosa sale de Él para perdición de la humanidad. Es un Ser tan grande que nadie más puede ser semejante a Él.
E.D.A.
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