La hora de la fe | #509


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Qué gran texto bíblico: «He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus almas de la muerte, y para darles vida en tiempo de hambre», Salmo 33:18,19.

En medio de nuestra dura realidad, debemos poner nuestra confianza en Dios. Tanto la confianza como la esperanza, por su naturaleza bíblica, están relacionadas con el presente y el futuro, respectivamente. En otras palabras, estas dos virtudes cristianas están vinculadas inseparablemente con una fe firme en Dios. Esto nos dejó dicho el salmista: «No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová su Dios», Salmo 146:3,5.  Por consiguiente, la segura esperanza del creyente es una que no avergüenza, no desilusiona; es un ancla para el creyente en medio de la vida.

El Salmo 22, por ejemplo, revela la lucha de David con una situación personal que amenazaba su vida; sin embargo, cuando él reflexionó sobre las acciones de Dios en el pasado, se sintió seguro y confiado de que Dios lo protegería: «En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste», Salmo 22:4.  Por otra parte, los que están sin Dios no tienen razón alguna de esperanza.

Todas las promesas del Señor Jesús y toda la Palabra de Dios son el fundamento de la esperanza.  No es de extrañar, por lo tanto, que el apóstol Pedro haya exclamado con respecto a la esperanza del creyente en estos términos: «Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos», 1 Pedro 1:3. Y cuando pensamos en la Biblia hallamos lo siguiente: «Los que te temen me verán, y se alegrarán, porque en tu palabra he esperado. Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos. Me anticipé al alba, y clamé; esperé en tu palabra», Salmo 119:74,89, 147.

En realidad, todo lo que queremos saber acerca del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, está revelado en las Escrituras infalibles. No está en ningún ser humano, potencia mundial, religiones,  o el dinero; están en el Trino Dios, por supuesto, en concordancia con la Biblia.

Con tales promesas tan grandes reservadas para los que esperan en el Señor, Pedro advirtió: «… sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros», 1 Pedro 3:15.

E.D.A.

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