Creo haber entendido la necesidad que tenemos por compañerismo en la vida cristiana, por una conversación honesta. Recién reconocí que parte de las mujeres cristianas con las que me relaciono son muy generosas y su generosidad ha abierto el camino para una relación. Una de ellas es especialmente honesta al conversar, casi nunca dirige la conversación a trivialidades, puede empezar con cualquier cosa y con cuidado hace las preguntas importantes, no desperdicia las palabras, se interesa, quiere oír. La veo pocas veces, pero me invita a cuestionar y dar razón de mis circunstancias.
Ciertamente el compañerismo cristiano también demanda una generosidad más allá de los bienes, una generosidad no material, que requiere aún desprendimiento y negación personal. Me refiero a, de la riqueza obtenida en Cristo, tomar y compartir. De la amistad con Cristo, de gozarla, tomar y ofrecer (Proverbios 18:24). ¿Acaso podría agotarse lo recibido o agotarnos? ¿Y, si se agotará, no recibiremos de nuevo? ¿Y, si nos agotamos, no estaríamos imitando a Cristo?
Una palabra, un saludo, una visita, una llamada, una pregunta, un consejo, una reprensión, una exhortación, una petición de rendición de cuentas, una disculpa, es decir, cualquier cuidado personal inmaterial es una expresión también de amor y generosidad, entendidas desde el compañerismo maduro. David oró por esta bendición para él, pidió que fuera el justo el que lo reprendiera o castigara (Salmo 141:5), quería esa clase de personas cerca de su vida, consideró deseable ese compañerismo que actúa por amor con valor.
Elizabeth Elliot escribió hace décadas, «En tiempo de crisis aprendemos cuán intensamente necesitamos tanto de la carne como de la palabra. La presencia corporal de la gente que amamos es reconfortante y su silencioso compañerismo resulta una bendición para nosotros. —Yo sé que nada de lo que pueda decirte te ayudará, pero quise venir —dice alguno, y la palabra que quisieran decir es expresada por su venida. Los que no pueden venir envían, en lugar de su presencia, una palabra. Llega una carta que muchas veces comienza diciendo: «No sé qué decirte», pero es una expresión, si bien inadecuada, del remitente y de lo que siente por nosotros.»
Ahora, es común encontrar ausencias dolorosas, físicas o verbales. Temo ser yo misma indiferente a necesidades de otros, especialmente con aquellos que están cerca o con quienes he deseado y aceptado servir. Pensemos en cuánta distancia dolorosa puede existir entre dos esposos o cuánta indiferencia puede hallarse hacia la condición del corazón de los hijos. ¿Cómo se cultivará el compañerismo sincero en ausencia de palabras o rostros? Algunos corazones lloran solos, heridos y abandonados por quienes cuidarían de ellos. Algunos otros, con su generosidad, alivian su necesidad, pero tienen marcado el cuidado esperado y aún no recibido, porque «La esperanza que se demora enferma el corazón…» (Proverbios 13:12).
Cuán cuidadoso y atinado debió ser Cristo estando en la tierra; sus palabras como «manzanas de oro» y su presencia como «una flecha en el blanco». En la tierra no para decir o estar según quería, sino del que le envió (Juan 6:38). Nuestro bien formó parte de la razón y el sentido de su servicio, su quebranto y ofrecimiento de su vida. Cristo brilla en la generosidad y las virtudes más excepcionales jamás reunidas en un hombre. Brilla en el amor sacrificial. ¿Y usted y yo? ¿Qué tan generosos somos para cubrir las necesidades espirituales de corazones hambrientos de cuidados, dudosos, confundidos, agitados, almas tristes o solas? ¿Qué tan dispuestos estamos? ¿Cuándo fue la última vez que tuvo una conversación importante con su esposa o su hijo(a)? ¿Cuándo fue la última vez que hizo una pregunta importante a los que están cerca o bajo su cuidado? ¿Cuándo fue la última vez que ayudó o enseñó a alguien más joven que usted? «No solo de pan vivirá el hombre», sí, no solo pan y abrigo necesitamos. El alma no se puede ver, sus padecimientos tampoco, se esconden a nuestras vistas, pero necesitan ser abordados. El compañerismo verdadero es la enseñanza de Jesús, «conoceréis que sois mis discípulos si se aman los unos a los otros».
Dios nos ha dado «su palabra y su presencia» como cuidado y provisión a nuestras vidas peregrinas, esto debe enseñarnos a ofrecer un mejor amor a nuestros prójimos, especialmente si son de la familia de la fe, para ser mejores compañeros.
Maloa F.