[fusion_builder_container hundred_percent=»no» hundred_percent_height=»no» hundred_percent_height_scroll=»no» hundred_percent_height_center_content=»yes» equal_height_columns=»no» menu_anchor=»» hide_on_mobile=»small-visibility,medium-visibility,large-visibility» class=»» id=»» background_color=»» background_image=»» background_position=»center center» background_repeat=»no-repeat» fade=»no» background_parallax=»none» enable_mobile=»no» parallax_speed=»0.3″ video_mp4=»» video_webm=»» video_ogv=»» video_url=»» video_aspect_ratio=»16:9″ video_loop=»yes» video_mute=»yes» video_preview_image=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» margin_top=»» margin_bottom=»» padding_top=»» padding_right=»» padding_bottom=»» padding_left=»» admin_label=»»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_6″ layout=»1_6″ spacing=»» center_content=»no» link=»» target=»_self» min_height=»» hide_on_mobile=»small-visibility,medium-visibility,large-visibility» class=»» id=»» background_color=»» background_image=»» background_position=»left top» background_repeat=»no-repeat» hover_type=»none» border_size=»0″ border_color=»» border_style=»solid» border_position=»all» padding_top=»» padding_right=»» padding_bottom=»» padding_left=»» dimension_margin=»» animation_type=»» animation_direction=»left» animation_speed=»0.3″ animation_offset=»» last=»no»][/fusion_builder_column][fusion_builder_column type=»2_3″ layout=»2_3″ spacing=»» center_content=»no» link=»» target=»_self» min_height=»» hide_on_mobile=»small-visibility,medium-visibility,large-visibility» class=»» id=»» background_color=»» background_image=»» background_position=»left top» background_repeat=»no-repeat» hover_type=»none» border_size=»0″ border_color=»» border_style=»solid» border_position=»all» padding_top=»» padding_right=»» padding_bottom=»» padding_left=»» dimension_margin=»» animation_type=»» animation_direction=»left» animation_speed=»0.3″ animation_offset=»» last=»no»][fusion_text]
He aquí al hombre de Tarso dándole cara, no ya a unos cuantos enemigos, sino al universo entero, por decirlo así: «¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?», Romanos 8:31,32,35.
No es cosa rara que hasta el día de hoy no haya existido gobiernos políticos, artistas, cuadros de lienzo donde aparezcan estos versículos. Solo la Biblia alza su voz para proclamar tan extraordinaria Escritura. La arrogancia humana no se atreve, mejor dicho, no puede exclamar: «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» Esta posición de confianza y de seguridad en Dios es propia de los redimidos por la muerte de Cristo en la cruz.
Los versículos de Romanos 8, mencionados al principio, contienen una de las promesas más reconfortantes de toda la Escritura. Los creyentes siempre han tenido que enfrentar dificultades de diversas formas: persecución, enfermedad, prisión, hambre, escasez económica. Esto podría hacernos creer que Dios nos ha abandonado. Pero el apóstol Pablo exclama que es imposible que algo nos separe de Cristo. Su muerte en el Calvario a nuestro favor es prueba de su amor inquebrantable.
No hay razones, no hay necesidad de inquietarse por lo que Dios hará, porque Él es siempre por nosotros y no contra nosotros. La prueba es que dio lo más grande y lo mejor que tenía: Su Unigénito Hijo en la cruz. ¿Puede alguien quitarnos lo que Dios nos ha dado? ¡NO!
Hemos sido declarados no culpables de muerte eterna por Él y esta posición delante del Señor nunca cambia. No pueden cambiarla los ángeles, las iglesias, las fuerzas invisibles, las dificultades presentes, lo que está por venir, nadie en posición de autoridad terrenal, ni tribunal religioso alguno. «Ninguna otra cosa creada».
Dice la Escritura: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu», Romanos 8:1. «Ninguna condenación» ocurre muchas veces en el Nuevo Testamento. Los que estamos en Cristo Jesús, «tienen vida eterna». El Señor Jesucristo dijo: «De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida», Juan 5:24.
En conclusión, ninguno que está en Cristo Jesús, por muchas fuerzas internas y externas o adversidades abrumadoras, podrán separarle del amor de Dios. Si alguno fracasa en su vida espiritual, no será por falta de la gracia y el amor de Dios, sino por no estar en «Cristo Jesús Señor nuestro».
E.D.A.
[/fusion_text][/fusion_builder_column][fusion_builder_column type=»1_6″ layout=»1_6″ spacing=»» center_content=»no» link=»» target=»_self» min_height=»» hide_on_mobile=»small-visibility,medium-visibility,large-visibility» class=»» id=»» background_color=»» background_image=»» background_position=»left top» background_repeat=»no-repeat» hover_type=»none» border_size=»0″ border_color=»» border_style=»solid» border_position=»all» padding_top=»» padding_right=»» padding_bottom=»» padding_left=»» dimension_margin=»» animation_type=»» animation_direction=»left» animation_speed=»0.3″ animation_offset=»» last=»no»][/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]